
Por supuesto todo comienza delante del espejo, miro atentamente mi cara y localizo los puntos negros, aquellos vellos fuera de su sitio y cómo me ha crecido el bigote; continúo con mis uñas, las que están rotas, resquebrajadas, los padrastros que puedan sobresalir y pienso en que ya me toca una manicura; esta vez será espectacular. Entonces continuó con mis piernas, pies y axilas. Escudriño todo lo que no está en orden y comienzo con los preparativos de un ritual que durará horas y sobre el que no quiero ningún tipo de interrupción.
¡Podemos empezar!, estoy lista para la transformación.

¡Uy, sin darme cuenta han pasado tres cuartos de hora!, momento perfecto para coge la epilay y afeitarse todos los pelos del cuerpo. La rasuradora hará el trabajo más doloroso impidiendo que me duela aún más; aunque en estos momentos no se que sabría que cabezal escoger.

Entro en la ducha, unos geles aromatizados calmarán mi angustia y aliviarán mi pena, no pienso llorar; ya es demasiado tarde para ello y, al igual que el fenix renace de sus cenizas, yo tengo que renacer en la ducha, algo parecido al medio acuático donde una vez, antes de ser reconocida como vida, estuve reclusa antes de ver la luz del sol. Necesito adaptar la temperatura. “No tengo prisa”, me repito silenciosamente a mí misma, desconecto mi cerebro e intento alejar aquellos recuerdos mustios de mi mente.
Limpio cuidadosamente mi cara con un jabón de algas, aliso mi pelo con la mejor mascarilla que

Comienzo entonces a pensar qué zapatos me apetecería ponerme esa noche, el traje que le pega, los complementos que voy a usar, si me pintaré los labios y la manicura que voy a lucir en pocos minutos. Lo que más me gusta de ello es el saber que alguien muy especial estará loco por decirme lo espectacular que estoy ese día; si no lo tienes calma, alguien advertirá tu presencia nada más salir.
En diez minutos salgo de la ducha, estoy nueva. La serpiente ha mudado su vieja piel. Me seco como mi amante me observase tras una vitrina de cristal, sonrió, me miro al espejo y tomo las cremas que extenderé en mi cuerpo dándome un placentero automasaje: en los pies, las piernas, los dedos, el cuello y la cara . Completamente desnuda recorro los habitáculos de mi casa, tengo sed y aprovecho para tomar un poco de agua helada; así la crema no tendrá impedimentos en ser completamente absorbida por mi cuerpo.

Miro al exterior y tras mis cortinas rojas veo el mundo de otro color, las lágrimas ya no luchan por cristalizar mis globos oculares y soy capaz de sonreír de una forma sincera. La vida parece menos dolorosa. ¡Hay cosas peores!
Tras estos momentos de autoreflexión y un viaje al mundo de Dalí, vuelvo a pisar el suelo de mi cuarto, tomo entre mis dedos las limas y el resto de utensilios para decorar mis manos y comienzo con la tarea. No pienso, directamente dejo que mi subconsciente actúe y deje salir todo lo que he reprimido ese día. Ira, furia, depresión, pena, nostalgia y dolor, se mezclan en una bonita paleta de colores. Pronto toman forma y…. ¡Me gusta! Ha salido bastante bien, tanto en los pies como en las manos. “Me la voy a dejar unos días”, pienso en voz alta.

¡Velvo al ataque!. Otro pequeño comentario a mi espalda y ¡bingo! La vestimenta perfecta, unos vaqueros muy ajustados, aquella camiseta que me sienta tan bien y los tacones de aguja, que hacen aún más esbelta mi figura.
Lo coloco todo encima de la cama y saco mi estuche y pinces de maquillaje, hoy elegiré unos tonos y formas que me hagan parecer fuerte, sexy y muy imponente. Los deseos que venga mi novio pronto son cada vez más grandes, tengo ganas de lucirme delante de él; conforme va apareciendo el nuevo insecto de su crisálida.
Los rabos largos e insinuantes, unas pestañas muy muy definidas, colores negros y plateados dibujados al estilo egipcio, conforman mi figura facial. Un poco de maquillaje para disimular las rojeces, algo de polvos para quitar brillos y… ¡Voila! Venus acaba de salir completamente desnuda de las aguas.
He dicho de las aguas porque todavía no me he arreglado el pelo, el secador espera impaciente para expulsar sus bocanadas de aire caliente o frío. Dependiendo del calor que tenga o el resultado que quiera conseguir. Hoy me apetece liso.
Y van casi tres horas desde el comienzo, ¡sólo me faltan veinte minutos para que llegue mi acompañante!
Me visto con mucho cuidado, como si las prendas fueran nuevas. Coloco mi ropa interior de la

Suena el timbre, han pasado casi cuatro horas y me siento mejor. Renacida, lista para volver a enfrentarme al mundo.
Sé que todo esto es pura vanidad, pero de vez en cuando hay que serlo, al igual que egoísta, tacaño, envidioso y otras muchas cosas más. No porque en su mayor parte, estos calificativos poseen connotaciones negativas; esto no tiene porqué serlo en pequeñas dosis. Quizás a otros les funciones de otra forma, pero a mi esto me ayuda mucho a mejorar los ánimos.
Ahora soy otra, dispuesta a volver a comerme el mundo y a todo aquel que se quiera cruzarse en mi camino. Ya le he sacado brillo a mi armadura y estoy lista para enfrentar una nueva batalla, nunca me rindo y por una mala experiencia, repetida ya un par de veces, por lo menos, no me achantaré, acosas peores me he enfrentado y las he superado.
La vanidad es mi arma, algo que fomenta mi creatividad, me ayuda psicológicamente y mantiene mi espíritu en alza. Mejora mi aspecto y me hace sentir aun más mujer de lo que soy.
Vanagloriarse está incluido dentro del primer pecado capital, la sobervia, será porque forma parte de ella. Pero aún tengo muchos más que confesar; que yo sepa, los originales eran 7 ¿Cuáles son los tuyos?
1 comentario:
¡Pero qué coquetas sois la mujeres! Igualito que nosotros, que por maquearse entendemos quitarnos las pelotillas del ombligo...
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