ELABORAR UNA IDENTIDAD ES UN PRIVILEGIO QUE SÓLO EJERCEN AQUELLOS QUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE ELEGIR Y QUE LUEGO MANTIENEN EL ESFUERZO DE PENSAR.




28 de enero de 2011

APRENDER NO SIEMPRE ES BUENO.

La televisión educa, si señoras y señores, es un medio muy potente donde los modelos de personas que aparecen en ella son motivos de adoración (por decirlo de alguna manera.) Esto no es sólo para los jóvenes, ya que, el aprendizaje nunca para y los adultos, jóvenes y no tanto, imitan las frases, formas de comportamientos y ciertos patrones de conducta.

Pero, nada más lejos de la realidad, esta palabra tan bonita, que para mí significa libertad y luz, entre otras connotaciones positivas, puede volverse el peor enemigo del mundo. Puedes enseñar el respeto, la tolerancia, los buenos modales, la autonomía personal, la autocrítica y el pensamiento mismo iniciando un conflicto interior con un pensamiento externo que te haga llegar a un punto medio donde, ni lo que dice uno, ni lo que tú creías en un principio ganan, sino que lo real es un punto completamente diferente, y llegas a una consenso, un pensamiento, una autocrítica, una forma de actuación y, en consecuencia, evolucionas (por decirlo de alguna forma.)

Volviendo al párrafo inicial y aclarado lo que es aprender y educar en algo, por desgracia estoy viendo la parte mala de esta tendencia a la imitación que tenemos, que también se aprende, porque con eso crecemos. Imitamos a nuestros padres para comportarnos, a nuestros amigos, nuestros héroes, nuestros abuelos y, por fortuna o por desgracia, a todo lo que vemos por esos ojos que nos mandan información continuamente. Si realmente tuviéramos un pensamiento autónomo, si poseyéramos un poco de autocrítica o nos planteáramos realmente lo que estamos viendo, creo que muchas de las situaciones que vivo de forma constante en la calle y ciertos programas de televisión, dejarían de existir de una vez por todas. Todos sabéis a qué me refiero, a aquellos espacios eternos donde la gente va a contar sus vergüenzas con tal de que un objetivo la enfoque y el resto del planeta los vea, a esos platós donde los contertulianos, lejos de tener algo que decir, inventan y esputan palabras malsonantes dirigidas hacia alguien, desde donde sus estudios son de ninguna o dudosa procedencia, un lugar donde todo vale. Allí donde, según ellos, intentan mostrarnos la verdad de las cosas, cuando lo único que hacen es decir mentiras sobre lo que les rodea a cambio de un puñado de billetes; un lugar donde la ley es de quien sea más hortera y la cultura se haya marchado por la puerta, abrazada al diccionario, hartos de que les den patadas o les ignoren completamente, porque… en aquellos lugares, todo, menos el saber, son alicientes necesarios para decir lo que se piensa. ¡Con lo bonito que es poner a alguien de vuelta y media sin que tengas que mancharte la boca o ponerte a su nivel!

Por qué estoy diciendo esto, porque es verdad. Cada vez que salgo a la calle la gente se cree con autoridad de decirle al resto ciertos comentarios o cosas que ni les van ni les viene, muchas de ellas son por alimentar el morbo de los barrios, por intentar meterte en algo o por ganas de recibir una mala palabra o contestaciones que sólo pasan en televisión o no esperabas que te contestaran de esa forma.

Por ejemplo, este lunes, ya iba calentita desde por la mañana y había sufrido dos intromisiones en mi persona, que tuvieron sus consecuencias, ya que soy una persona cortante cuando se refiere a meterse en lo que a uno no le importa. A demás, los límites sobre lo que uno puede decir sobre mí, en público son muy limitados (es más, los que me conocen nunca se les pasa por la cabeza decir ciertas cosas.)

La situación era la siguiente: estaba en el autobús tan tranquila, iba de pie, apoyada en una esquina de hierro y con los cascos del Mp3 puestos, pero sin funcionar ya que se me había quedado sin batería, pero preferí no retirármelos de las orejas.

Llevaba mis guantes, con los dedos al aire y los huesos de mano pintados en ellos, un fulage (o como quiera que se escriba) puesto al cuello y mi chaqueta de cuero, estilo motera, todo acompañado por una gorra con visera, unas botas de cuero (con tacón alto), por supuesto, todo del mismo color, negro y unos vaqueros. Hasta ahí todo bien, que yo sepa me vi muy bien antes de salir de casa cuando me miré al espejo.

De pronto, una persona mayor se me para delante y se queda mirando fijamente, lo cierto es que no le hacía mucho caso, estaba leyendo la revista mensual que acababa de comprar, cuando escucho:

- ¡Menudas pintas que llevas!

No había duda, era a mí, sus ojos intentaban buscar los míos que estaban ocultos bajo unas gafas de sol oscuras. Decidí pasar de ella, el artículo que estaba leyendo sobre conexiones neuronales y la relación con el comportamiento humano era mucho más interesante que lo que tenía que decirle, a demás, no tenía ganas de gastar saliva.

- ¿Me has escuchado niña? – me dice de nuevo buscándome, aunque lo de niña se lo agradezco -. Te lo estoy diciendo a ti.

Para qué siguió buscándome, tenía que haberse quedado calladita, pero no, quería guerra, o simplemente pensó que no le iba a contestar. Entonces, me puse a hacer teatro, que me encanta ponerle dramatismo a estas situaciones.

- No soy sorda – le contesto sin dejas de mirar la revista, aunque había dejado de leer el artículo hace tiempo.

- ¿Sabes que llevas unas pintas muy malas? – me dice mirando mis guantes.

- Eso a usted no le importa – continúo hablándole sin levantar la vista de la revista (la foto de la página era muy divertida, aunque la pasé como si continuara leyéndola.)

- A mí no me contestes así – me dice enfadada, eso era lo mejor que estaba enfadad y a mi me habían entrado ganas de guasa, lo mejor de todo es que me parece que lo notó.

- El viejo mal hablado hace al joven desvergonzado – le respondo sin mirarla a la cara.

- ¡Tendrá poca vergüenza!

- Me lo acaba de enseñar usted – cojo el reproductor de música y hago como que le subo el volumen.

- Te estoy hablando – me dice moviendo las manos.

- Yo a usted no.

La guasa podía haber continuado pero una persona la mandó callar y el conductor le dijo que se sentara. Por supuesto se llevó todo el camino refunfuñando, y yo riéndome por dentro, pero hubo algo que me llamó la atención de toda su pelea con el cristal de la ventana. La señora dijo: “Esto lo aprenden todo de esos programas de la tele. Pues no se ha peleado S con P y dice que no va a volver con él.” Seguidamente su pelea mutó de tema volviéndose una conversación de besugos donde el cristal y algunas que otras personas se unieron al cotilleo, sobre personas de vidas ajenas en un circunloquio constante donde no decían nada. Por lo menos yo descubrí una nueva aplicación de la dopamina en la terapia de ciertas enfermedades, hasta llegar a mi parada, y, no es por nada, pero creo que eso era más interesante.

La pregunta a todo esto es… ¿Quién lo ha aprendido de la tele? Yo por contestarle, que no veo nada que no sea canales escogidos de la televisión de pago, o ella que a pesar de tener… (lo voy a decir, ¡el coño blanco! Porque negro sería por el tinte) Se dedicaba a dejar su marca en un sofá tarde tras tarde para ver algo sobre nada que acababa en nada.

Conclusión (la mía, que cada uno saque la que quiera), la tele educa, para mal porque eso de que se pierda el respeto por los demás, que se crean con derecho a decirte todo, a corregirte y criticar hasta la saciedad descaradamente, sobre todo a no pensar, que esto lo tengan todas las generaciones, es fruto de esos programas que echan en horario infantil, las personas que los ven y los que fomentan esas conductas. Entre otras, porque eso no es simplemente el único factor.

¡Ah! Según la vieja, (y me tomo esa licencia de insultarla porque ella lo hizo conmigo, y esa es una regla fundamental para mí, no cruces mi línea y yo no me tomaré ciertas licencias), es que tengo pinta de ponqui (o como quiera que se escriba lo que pensaba) y así no se puede ir por la vida.

24 de enero de 2011

CIEN MIL ALMAS PARA CIEN MANOS.

Aquella reliquia se había perdido en los caminos de las memorias antiguas. Algo en su recorrido había hecho olvidar a todos que existía y para qué se había creado tanto poder. Seguramente sólo algún que otro incauto podría rememorar las peripecias que había vivido.

Sin embargo, allí estaba, acoplada a su nueva vida y sin a penas muescas del tiempo pasado por sus láminas de papel. Era fina y lisa, su tacto era como el de la piel de un recién nacido y sus dibujos, estaban realizados con tinturas ocultas en las entrañas de la tierra. Aún conservaba aquellos brillantes colores. Se decía que los había realizado un esclavo sin raza, al que se le habían amputado los brazos a la altura de los hombros y las piernas, de las que sólo quedaban unos pequeños resquicios de lo que fueron.

En una oscura cueva, con una pequeña antorcha, sujetaba un pincel de hueso tallado y acabado con pelo humano, realizaba su titánica tarea. La saliva goteaba de entre la comisura de sus labios mientras realizaba tal esfuerzo. ¡Imposible!, podrían decir algunos, pero las cosas que salen del mismo infierno no han sido realizadas sin sufrimiento humano.

Este hombre, sin color ni procedencia definida, había ofrecido sus servicios al mismo príncipe de las tinieblas con el fin de conservar su alma intacta. A cambio, una pequeña tarea a realizar sólo por alguien que ha sufrido mil tormentos y ha sobrevivido a ellos, no sin perder parte de su humanidad en el intento por conservar el aliento divino.

Y así se hizo, su alma se conservó intacta, pero no así su cuerpo. Al acabar de cubrir el último trozo de la reliquia, su cuerpo fue disuelto por miles de libélulas hambrientas, con alas inyectadas en sangre y mandíbulas desorbitadas. Minutos después del ataque, tan sólo quedó una luz tenue y pesada, que marcaba el lugar donde había caído el pincel y el caballete de piedra donde había sido forjada la maldad.

Sin embargo, cómo había salido aquello de las entrañas de la tierra que hace límite con el mismo centro del infierno y la tierra, era un auténtico misterio. Pero… allí estaba, reluciente como el primer día, con un alma ennegrecida con su interior.
El as de corazones se integraba perfectamente en el interior de cualquier baraja, hacía ganar a su portador y daba suerte a todo aquel que osaba colarla para propósitos poco honestos.

- ¡Ganar dinero! – era lo único que corría por la mente de aquel chico perdido por la ambición y el poder.

Famoso en todo el círculo de jugadores, se había ganado su mote de “mano de oro”, por no haber perdido una sola partida desde su inicio y haber desvalijado las bancas de los mejores casinos del país.

Colaba la carta sin que nadie lo viera y esta hacía sola su trabajo. Después, tras alejarse con los bolsillos llenos de dinero y haber sido expulsado a patadas de más de un lugar, la pieza aparecía sin más en el interior de su bolsillo con algunos trozos de otras cartas. Parecía que había tenido una batalla encarnizada con sus iguales, pero eso no le importaba mucho. Ganaba lo suficiente para llevar una vida a todo tren y nada más. Ni siquiera se cuestionaba la más mínima incógnita sobre ello.

Una noche, harto de buscar algún lugar donde no tuviera prohibida la entrada, un señor no muy amable le invitó bruscamente a participar en una partida clandestina.

- ¡Pasa! – dijo una figura a contra luz tras una mesa de color verde -. Me han dicho que eres el mejor en esto – una mano salió de entre las sombras para hacer un gesto cortés que le invitaba a sentarse.

- No lo sé - respondió el chico -. Yo solo juego y gano – se encogió de hombros, con las manos metida en los bolsillos, acariciando suavemente la carta con el dedo pulgar.

- Te ofrezco un trato – dijo la voz ronca que estaba al otro lado de la estancia -. Te reto a una partida. Si ganas, te doy mi imperio. Pero…. – dio una calada a un puro mal oliente – Si pierdes, perderás tu vida – de pronto una cara apareció a la luz -. No me gusta que desplumen mis negocios.

- De… de,de acuerdo – dijo con un temor fingido.

La partida empezó inmediatamente, las apuestas eran altas. Grandes cantidades de dinero iban y venían por la mesa sin que nadie abriera la boca por ver cómo el equivalente a una mansión de lujo, un yate o demás lujos estrafalarios, cambiaban de dueño tan rápidamente.

El jefe estaba nervioso, demasiado. Era su última oportunidad para ganar, se había jugado el imperio completo mano tras mano, ya que no se resistía a la idea de perder y el chico a la de tener una vida llena de lujos en unas cuantas horas. Los ruegos de aquel gánster iban siendo concedidos conforme iba perediendo una mano detrás de otra.

- Una más – decía aquel hombre confuso por lo que estaba viendo.

- De acuerdo – contestaba aquel joven -. Quiero tu mansión.

Helios apareció por el horizonte cuando las lágrimas salían desde los ojos de aquel viejo hombre, lleno de desesperación, pero con la idea de convertirlo en una estatua de cemento al ver cómo su último casino salía de entre sus manos yendo a parar la propiedad de un don nadie, del que sólo se le conocía por su gran suerte en el juego.

- Ya no voy a más – dijo el jefe con un gran sudor frío en la espalda y las manos temblorosas.

- ¡Cien! - dijo el muchacho sin hacer caso a lo que estaba escuchando.
- ¿Cómo?

- Que en cien manos me he quedado con todo lo suyo – dijo el muchacho sin mirar las castas que le habían tocado.

Dio la vuelta a su mano, una mano vencedora, por centenaria vez en la noche, con el sol como testigo y un viejo desplumado enfrente de sí. Una por una daba las vueltas a las cartas y estas iban a pareciendo.

Al llegar a la última de ellas, esta descubrió su secreto justo cuando la última partícula, de la que estaba compuesta, tocó el tapete verde. Un halo de luz negra se descubrió frente a los presentes llevándose consigo dos almas por el precio de una. Ni un simple grito surgió de lo acontecido.

Tras ellos, el silencio, seguido de unos pasos que abrieron la gran puerta blindada que traía noticias sobre algún que otro negocio.

Sólo el polvo en los rayos de sol, jugaba a deslizarse por el aire en aquel lugar. La mesa estaba recogida y una carta en particular que se desmarcaba del resto con un brillo singular.

Mientras tanto, en algún lugar del infierno, un ser de raza indefinida sin brazos ni piernas, se arrastraba, con sus dientes puntiagudos y rotos, hacia los pies del ángel negro que vigila todo lo que pasa en las profundidades ardientes.

- Has vuelto Amut – dijo una voz salid de alguna parte de la rocosa montaña hirviente.

- Si mi señor – le contestó su fiel sirviente mientras las gotas de sangre recorrían su boca -. Cien mil almas señor…

- Ahora podrás renacer como lo que eres – le responde su rey mientras el cuerpo de su esclavo comenzaba a arder entre llamas verdes.

15 de enero de 2011

AAAAAA…. CHIPIIII.

Estoy con gripe, que no es lo mismo que estar de vacaciones o de descanso. ¡El primer resfriado del año! Pero es el mismo cantar de siempre, en enero y cerca de navidad, mis defensas bajan la cojo, como siempre.

La cabeza abombada, porque las pastillas quitan el dolor, pero no esa presión craneal que no te deja vivir, dolor muscular, por la tensión de la garganta y las tremendas punzadas. Las articulaciones rechinan como si estuvieran mal engrasadas y los ojos parecen estar acomodados en una especie de almohadas hinchables que tienen exceso de aire. En resumidas cuentas, estás hecho una auténtica porquería.

Y que te dan como solución, pastillas, miles de pastillas para diversos síntomas y dolores que simplemente te dejan peor de lo que estabas, adormecido. Parece que vives en un sueño continuo, donde tus ojos se resignan a abrirse del todo si no es tras unas gafas de sol ya que se vuelven fotosensibles. En resumidas cuentas, estás drogado, pero de una forma más bien patética. Algunas pastillas te hacen sus efectos secundarios: somnolencia o insomnio (de todas formas no duermes bien porque te duele tanto todo el cuerpo, que eres incapaz de encontrar una postura cómoda para irte con Morfeo a otro mundo) y, para colmo de males, te vuelves hipersensible a todo sonido o visión. Te molesta el reptar de esa pequeña oruga que busca un lugar cómodo para hacer un capullo al final de la rama, el crujir de los muebles, los colores chillones de cualquier objeto que esté en tu casa o veas en la pantalla de plasma; eso te irrita y te vuelve un se molesto y con el que no se puede hablar, en otras palabras, te transformas en mister o missis Jide.

Y, volviendo a la medicación, el dolor de estómago que te produce no te deja comer u olvidarte de esa sensación tan molesta de que tus ácidos están en un nivel más alto del normal. Peor que si te fumaras cualquier tipo de hierva ilegal, por lo menos con ellas te vuelves pasota y te ríes. Después dicen que las drogas son malas. Y digo yo, entre mis pensamientos en el sofá mirando al techo sin tener otra cosa que hacer que pensar, que hasta esto último me duele, ¿qué drogas son malas, las que tomas en exceso, las que te dan en la farmacia o aquellas por las que el estado no recibe una parte de lo que valen?

9 de enero de 2011

LIMITES.

Un límite, una mala palabra, por lo menos para mi. Es una cosa que nunca me ha gustado escuchar, aunque es cierto que todos tenemos un punto donde nuestros nervios explotan y se nos acaba la paciencia, el amor, la bondad, el ser bueno, el odio, la envidia, el miedo, el querer llegar a algo, el cansancio,… Sí ciertamente todo tiene un punto álgido y otro mínimo, pero también es cierto que los podemos alargar un poco con algo de paciencia y fuerza de voluntad. La cual también se nos acaba llegado un límite.

Fastidiosa conclusión ¿verdad? Yo nunca he llegado a comprenderla y eso que tanta retórica es mía y de unos cuantos más, pero nadie me la ha contado para ponerla aquí. Ciertamente todos tenemos un punto de inicio y algún que otro que nos hace desistir, mandarlo todo a tomar por saco (o por donde más te guste) y empezar con algo totalmente nuevo, que llegará a buen puerto o no, dependiendo por completo de lo que estés dispuesto a perder por el camino o si tu balanza de ganancias es mejor que le pérdidas.

“Todo tiene un límite”- una frase popular y hecha, que todo el mundo salta, exhala, dice o nombra, cuando no es capaz de realizar algo o ve a otra persona, que ha superado unas expectativas y se ha rendido algo más por encima de lo que tú harías normalmente. Mi respuesta es puede, pero no lo creo así, soy de un pensamiento muy distinto. Todos tenemos manos, piernas, cuerpo, ojos, mente, imaginación e inteligencia (aunque esto último lo digo con un poco de reticencia al respecto)

¿Qué es un límite personal? Un lugar o línea que no estás dispuesto a cruzar porque te da miedo intentarlo. Vale, no todos valemos para tocar el piano como Mozart, el violín como Moha, escribir como Cortázar, pintar como Velásquez o esculpir un David (que supuestamente es el hombre perfecto, pero yo lo dudo mucho, ya que le faltan muchas cosas, entre otras vello corporal y tamaño del miembro viril. Aunque yo no soy crítica de arte y mi modelo masculino de hombre no es el de todas las mujeres.)

Volviendo al tema, puede que no lo hagas, pero si que aprendas, de una forma creativa o imitativa, que no llegues a su nivel, pero que seas capaz de hacer algo decente. Pero nos da miedo o somos vagos. Entre nosotros, dejé de tocar el violín porque era muy vaga para ponerme a ensayar; y eso que decían que tenía futuro. Lo cierto es que me gustaba más escuchar la música que producirla. Pero lo hice durante dos largos años, toqué en una orquesta y…. No me gustó, conclusión del todo ello, lo dejé volar dentro de mis conocimientos para dejar paso a otro que, a mi parecer, eran más fructíferos. También empecé con las técnicas de pintura y, cuando aprendí lo que deseaba, vi que lo único que me dejaba hacer el profesor era copiar cuadros y no me dejaba expresar mi creatividad, lo dejé y continué yo sola mi camino. Me gusto pintar y expresarme por ese medio, es algo a lo que siempre vuelvo y me gusta, pero no tenía ambiciones con ellas, el profesor era una especie de endiosado y yo me negué a seguir pagándole la manutención.

¿Llegué a mi límite con ello? No, simplemente conseguí lo que deseaba. Entendía algo de música (todavía me acuerdo de cómo hacer sonar algunos acordes), comprendí las diferentes técnicas de pintura y seguía sin entender algunos cuadros. Pero en todo ello me aburrí porque había conseguido lo que deseaba con cada una de estas cosas, me dijeron que podía llegar a ser alguien en esos mundos. Quizás lo hubiera sido, el caso es que no me arrepiento y tampoco conocí mis límites. Por un lado porque yo no me los puse, mi mente me dijo que había cosas que me interesaban más, y, por el otro, nadie es pitonisa para poder decirme a mí lo que puedo o no lograr en esta vida.

Las personas cambian y los intereses con todo esto, pero mi curiosidad no se murió con la decisión que tomé. Y lo mejor de ello, es que sigo sin conocer hasta dónde puedo llegar. ¡Eso es lo mejor de una persona! Cuando no conoce el lugar oculto de esa línea que te dice lo que puede o no puede hacer, dónde empieza la realidad y lo que se confunde con pura imaginación. Mi meta, la pongo yo, me aburro en el camino y descanso bajo un árbol de suelo mullido y hojas frondosas, ¿retomaré ese camino o algún que otro sendero llamará mi atención? Eso es lo que desconozco, al igual si ese nuevo paraje se bifurcará en otros muchos y algunas de esas sendas me retomen de nuevo al lugar donde lo dejé en otro lugar.

Todavía no he visto el final de lo que puedo llegar a conseguir, lo que puedo llegar a hacer. Perezosa sé que seré con algunas cosas, pero con otros puedo llegar un pasito más adelante. Cuando me agote, descansaré por un tiempo indefinido y después volveré a tomar mi camino, mis gustos, mis aficiones, mis intereses. Todavía no estoy interesada en caerme por el abismo de mis propios límites, aunque tampoco he sido capaz de ver dónde se ubican.