Las cosas pequeñas son las que deberían cambiar antes.
Cierto es que ciertas cosas se dicen por educación, como el llamar a un desconocido de usted (en el caso que no te diga lo contrario), llamar a una mujer que se piensa ha entrado en cierta edad señora (aunque lo más correcto, a mi entender, sería decir directamente señorita. A menos que las circunstancias no digan lo contrario), llamar a una monja hermana, cuando hablas con ella, decirle a un cura padre, cuando te diriges a él,… y miles de chorradas más que se consideran como reglas de educación.
Por desgracia, ciertas cosas no han cambiado y miles de machismos, instaurados dentro de lo que consideramos las buenas maneras, educación, sin dar más vueltas. Todo el mundo sabe lo que es la mala educación, ser correcto y la cordialidad pero. ¿Cuándo pasan las buenas formas a ser algo que molesta? Muy fácil, cuando se intenta quedar como un sabiondo o continuar con unas rectitudes arcaicas.
El caso que os voy a exponer es uno de los que me molestan mucho, cada vez que lo oigo me molestan los oídos y el tono de mi contestación, deja entrever que me ha ofendido bastante lo que acaba de entrar, desde mi oído externo, hacia el interior de mi cerebro. ¿Por qué no mejoramos el lenguaje también con el tiempo? No me estoy refiriendo a ciertas chorradas de cambiar el diccionario español, formar un femenino donde no da cabida o minimizar las palabras a su mínima expresión. Nada más lejos de la realidad. Sino de enriquecer aún más nuestra forma de expresarnos evolucionando con el tiempo, todo eso está en nosotros, no en lo que dicten cuatro catedráticos de la lengua. Ellos han tenido que aprender lo que unas reglas preescritas les dictaban para ser lo que son y, como otras muchas cosas, la evolución, no sólo afecta al desarrollo biológico de los elementos vivos de un planeta. Entre esas miles de cosas está la expresión, la manera de comunicarnos.
Bueno, no me enrollo más, la situación que se plantea es la siguiente:
De vez en cuando, (aclaro, todavía, y por muy poco tiempo, vivo con mis padres) llaman a mi casa por la mañana. Y, como siempre, yo cojo el teléfono. Es de alguna empresa, intentando vender algo sin utilidad, haciendo una encuesta o comunicando algo, el caso es que no son conocidos. La frase que siempre escucho en esta situación es siempre la misma – ¿La señora de…? – No sé como presuponen que mi padre no está en casa, las mujeres trabajamos también, y mucho, no sólo en la casa (eso ya me cabrea nada más pensarlo).
Mi respuesta ello es la misma en todos los casos – No… - el que se encuentra al otra lado del teléfono se queda un poco difuso y entonces cambia la pregunta – Esa no es la casa de la señora… - Ahora si contesto bien, les digo que esperen y les paso con mi madre.
Diréis, ¡qué chorrada! Eso no tiene importancia, vaya chuminada. Pues para mí no, es una de esas pequeñas manías que me molestan muy mucho. ¿Por qué? Diréis algunos, otros simplemente seguiréis leyendo y algunos se habrán aburrido ya varios renglones antes de llegar aquí. Pues porque nadie llama a mi casa preguntando está el Señor de… Simplemente, para uno si es aceptable, pero cuando el aludido es el hombre, ni tan siquiera se lo plantean. Eso es un machismo, aceptado, puesto como una regla de buena educación, pero nadie le quita ese nombre. La señora de… ridículo lo mires por donde lo mires. Eso denota pertenencia; no pertenecemos a nadie y menos si es de una forma tan burlesca como esa.
Lo más simple puede ser lo más importante.
¡Mujer, si es una manera de hablar! A que muchos lo habéis pensado, ¿verdad? Puede, pero por ahí empiezan a introducirse ideas en la cabeza, por la manera de hablar. Si, tiene razón, pero si esa expresión me pone por debajo de mi marido prefiero que no la menten. Muchos años llevo luchando por ser independiente, liberada sexualmente, fuerte, con carácter, segura de mí misma (en ocasiones, nunca se está al cien por cien) y ser una persona, no una propiedad de nadie. Hay gente que lo hace peor, hay culturas que nos degradan más, aunque puedo deciros que las formas más sutiles de introducción son las más peligrosas y esta ha permanecido ya demasiado tiempo entre nosotros.
Esto no es algo que nos venga de nuevo, aún tenemos que guerrear mucho por lo que veo. Y lo digo una y otra vez, no me declaro ni feminista ni machista, me declaro mujer, persona, residente del mundo y, sobre todo, individuo pensante. Si habéis pensado que una frase hecha, no podía tener tanto contenido, analizar todo lo que os dicen a diario, veréis la fuerza de la pragmática del lenguaje.
¿Conocéis alguna frase más de este estilo? ¿Hay alguna que lo haga con los hombres? ¡Contádmela! Quiero conocerlas.
Cierto es que ciertas cosas se dicen por educación, como el llamar a un desconocido de usted (en el caso que no te diga lo contrario), llamar a una mujer que se piensa ha entrado en cierta edad señora (aunque lo más correcto, a mi entender, sería decir directamente señorita. A menos que las circunstancias no digan lo contrario), llamar a una monja hermana, cuando hablas con ella, decirle a un cura padre, cuando te diriges a él,… y miles de chorradas más que se consideran como reglas de educación.
Por desgracia, ciertas cosas no han cambiado y miles de machismos, instaurados dentro de lo que consideramos las buenas maneras, educación, sin dar más vueltas. Todo el mundo sabe lo que es la mala educación, ser correcto y la cordialidad pero. ¿Cuándo pasan las buenas formas a ser algo que molesta? Muy fácil, cuando se intenta quedar como un sabiondo o continuar con unas rectitudes arcaicas.
El caso que os voy a exponer es uno de los que me molestan mucho, cada vez que lo oigo me molestan los oídos y el tono de mi contestación, deja entrever que me ha ofendido bastante lo que acaba de entrar, desde mi oído externo, hacia el interior de mi cerebro. ¿Por qué no mejoramos el lenguaje también con el tiempo? No me estoy refiriendo a ciertas chorradas de cambiar el diccionario español, formar un femenino donde no da cabida o minimizar las palabras a su mínima expresión. Nada más lejos de la realidad. Sino de enriquecer aún más nuestra forma de expresarnos evolucionando con el tiempo, todo eso está en nosotros, no en lo que dicten cuatro catedráticos de la lengua. Ellos han tenido que aprender lo que unas reglas preescritas les dictaban para ser lo que son y, como otras muchas cosas, la evolución, no sólo afecta al desarrollo biológico de los elementos vivos de un planeta. Entre esas miles de cosas está la expresión, la manera de comunicarnos.
Bueno, no me enrollo más, la situación que se plantea es la siguiente:
De vez en cuando, (aclaro, todavía, y por muy poco tiempo, vivo con mis padres) llaman a mi casa por la mañana. Y, como siempre, yo cojo el teléfono. Es de alguna empresa, intentando vender algo sin utilidad, haciendo una encuesta o comunicando algo, el caso es que no son conocidos. La frase que siempre escucho en esta situación es siempre la misma – ¿La señora de…? – No sé como presuponen que mi padre no está en casa, las mujeres trabajamos también, y mucho, no sólo en la casa (eso ya me cabrea nada más pensarlo).
Mi respuesta ello es la misma en todos los casos – No… - el que se encuentra al otra lado del teléfono se queda un poco difuso y entonces cambia la pregunta – Esa no es la casa de la señora… - Ahora si contesto bien, les digo que esperen y les paso con mi madre.
Diréis, ¡qué chorrada! Eso no tiene importancia, vaya chuminada. Pues para mí no, es una de esas pequeñas manías que me molestan muy mucho. ¿Por qué? Diréis algunos, otros simplemente seguiréis leyendo y algunos se habrán aburrido ya varios renglones antes de llegar aquí. Pues porque nadie llama a mi casa preguntando está el Señor de… Simplemente, para uno si es aceptable, pero cuando el aludido es el hombre, ni tan siquiera se lo plantean. Eso es un machismo, aceptado, puesto como una regla de buena educación, pero nadie le quita ese nombre. La señora de… ridículo lo mires por donde lo mires. Eso denota pertenencia; no pertenecemos a nadie y menos si es de una forma tan burlesca como esa.
Lo más simple puede ser lo más importante.
¡Mujer, si es una manera de hablar! A que muchos lo habéis pensado, ¿verdad? Puede, pero por ahí empiezan a introducirse ideas en la cabeza, por la manera de hablar. Si, tiene razón, pero si esa expresión me pone por debajo de mi marido prefiero que no la menten. Muchos años llevo luchando por ser independiente, liberada sexualmente, fuerte, con carácter, segura de mí misma (en ocasiones, nunca se está al cien por cien) y ser una persona, no una propiedad de nadie. Hay gente que lo hace peor, hay culturas que nos degradan más, aunque puedo deciros que las formas más sutiles de introducción son las más peligrosas y esta ha permanecido ya demasiado tiempo entre nosotros.
Esto no es algo que nos venga de nuevo, aún tenemos que guerrear mucho por lo que veo. Y lo digo una y otra vez, no me declaro ni feminista ni machista, me declaro mujer, persona, residente del mundo y, sobre todo, individuo pensante. Si habéis pensado que una frase hecha, no podía tener tanto contenido, analizar todo lo que os dicen a diario, veréis la fuerza de la pragmática del lenguaje.
¿Conocéis alguna frase más de este estilo? ¿Hay alguna que lo haga con los hombres? ¡Contádmela! Quiero conocerlas.