Fobia.
Procedente de una antigua palabra griega Fobos, que
significa pánico, la fobia se define como un trastorno de salud emocional o
psicológico que se caracteriza por un miedo intenso y desproporcionado, así
mismo, también es aquello que suele catalogarse como sentimiento de odio o
rechazo.
Pues bien, a eso me refiero, a los miedos
irracionales que todos tenemos, aquellas que nos hacen comportarnos de formas
extrañas como saltar encima de un banquillo chillando y pataleando, a riesgo de
rompernos algo, porque algo a entrado en la cocina o hay un personaje en la
pared que no debería estar.
Supuestamente, se afirma que son heredadas, bien por
cultura o porque ese comportamiento lo has imitado de los adultos que te
rodeaban, o a causa de un trauma.
La parte de trastorno emocional o psicológico no lo
nombro porque todos tenemos algo de locos y cada uno es raro a su manera, la
norma nunca se sigue y nadie está libre de que lo cataloguen como anómalo en
algún momento de su vida, y al revés, por mucho que nos duela que nos
identifiquen con el resto del montón.
Nadie está a salvo.
Esto es cierto, ninguno de nosotros puede fardar de
no tener un miedo injustificado. Lo peor de todo esto es cuando es tan
sumamente ridículo (últimamente utilizo mucho esta palabra, lo sé) que te hace
pensar si somos realmente animales racionales o no. Sí, he dicho animales, le
pese a quién le pese.
Llamarme sexista si queréis o machista, yo sé lo que
soy, pero la mayoría de veces que he visto estos comportamientos ha sido a
mujeres, será porque soy una de ellas o por esa puñetera educación que
recibimos donde nos tenemos que hacer las débiles para que un hombre venga a
salvarnos del embrollo. ¡Ánda yá! ¡Cómo para estar orgullosa de esa parte
tóxica y desechable de mis ancestros!
¡Señora!… ¿Quiere pavo?
Esa fue la frase que se me ocurrió aquel día, sí
ese, el del post anterior donde os comenté la andanza de una bella salamandra
en aquel establecimiento.
Ese magnífico animal iba buscando algo de sombra con
la que regularse la temperatura, ni más ni menos y era maravillosa, estaba
colocada perfectamente en un poster donde una señora, con un color de pelo que
nadie llevaría puesto, posaba estratégicamente a la cámara, el fondo era
completamente negro y… allí estaba, descansaba con una postura digna de un
colgante hecho por manos artesanas, parecía labrada en aquel papel semiarrugado
que intentaría cubrir algún desperfecto de la pared o no ¿quién sabe?
Mientras, a su alrededor, un aire intoxicado de laca
y productos cosméticos flotaba, pero parecía no importarle, ella estaba a lo
suyo, como si formara parte de la fotografía. Entre tanto, la manada de
cotorras estaba comentando algo sobre el hijo de alguien o sobre un concurso de
esos donde los participantes se ponen a parir, ¡no lo sé! Tampoco me
interesaba, mis ojos estaban fijos en aquel trozo de papel admirando la forma
en que se había posado y preguntándome cómo demonios podía sujetarse tan
tranquilla a una superficie casi lisa. Ahí fue cuando caí en la cuenta de que
si no hacía algo no saldría viva de allí ya que la descubrirían tarde o
temprano.
- ¿A alguna de las que están aquí le dan miedo las
lagartijas? – pregunté con tono calmado mientras el ruido de la conversación se
iba apagando.
- ¿Qué has dicho? – me dijo la peluquera mientras su
cara tornaba a un color blanquecino.
- Que si a alguien la dan miedo las lagartijas – le respondí.
- ¿Por qué preguntas eso? – me dice moviendo la cabeza
en forma de negativa -. ¿Es que hay una aquí? – empieza a mover las manos
nerviosamente.
- ¿Te dan miedo o no? – no creía que fuera tan difícil
contestar a la pregunta -. Hay una en la pared y es para sacarla de aquí o
dejarla tranquila.
- ¡Eso es suerte! – va y dice la lista de turno.
En ese momento nadie habló, yo no me creo lo de la
suerte, en este país se dice a modo de calmar a alguien o para hacer ver algo
que no hay, pienso yo. Se te cae un vaso al suelo y se rompe, ya pueda ser del
cristal ese tan caro que sólo se fabrica en lo alto de una montaña perdida, en
medio de una isla, y, a demás, lo fabrican artesanos mancos, o es del chino de
la esquina, eso da lo mismo, eso es suerte; o que se te derrame la sal al suelo
o te estalle un plato o vuele una polilla sobre ti o te muerda un bicho o te
mire un lobo o, o, o,…etc. La cosa es a ver quién se inventa la patochada más
gorda sobre la suerte para que su habladuría pase a la posteridad de la biblia
de las supersticiones. O pregúntale al que le ha pasado el suceso, a ver qué te
demonios te dice de la “suerte.”
- ¡Eso es suerte! – vuelve a decir la misma al ver que
la otra no reaccionaba a lo que decía, estaba demasiado ocupada buscando al
animal -. Si crees en ella claro – o se había dado cuenta de lo que había
soltado por esa boca o quería justificar algo que no atisbo lo que es.
- La voy a matar – dice la lumbreras de la dueña del
establecimiento.
- ¿Por qué? – le pregunté -¿Te ha hecho algo? A demás
si se come los insectos y los mosquitos, qué más te da que esté ahí un rato y
se vaya.
En ese momento me levanto y me subo a una silla
debajo del poster, la miré un momento y la cogí con las manos. Por supuesto me dio
un mordisco, aunque pasó sin más impresión que una leve presión en los dedos,
le tapé la cabeza con la otra mano y me la llevé a la calle donde podría
encontrar otro sitio para estar más tranquila. ¡Eso sí! No sin antes
enseñársela a la concurrencia para fomentar más su miedo ¡Venganza! Pensaba en
esos momentos.
Si hubierais visto el salto que dieron todas las
marujas cuando la cogí, fue de cine. Estaban todas perfectamente coordinadas,
incluso en el chillido que soltaron al unísono al agarrarla.
- ¿No te ha hecho nada? – me dijo una de las presentes
con cara de asombro.
- Si – le contesté -. Me ha dado un mordisco, pero es
que yo he ido a incordiarla.
- A mi es que esos bichos me dan mucho miedo – me dice
la peluquera -. ¿Qué quieres que te diga? – aunque a esas alturas de la sesión
preferiría que se hubiera callado hacía ya mucho rato y no me dijera nada -. Es
que no los aguanto – acaba la frase con la mano temblándole.
¡Chopen!
Pavo no ¡Chopen! Que no chopped, como se dice correctamente,
fue lo que pensé al ver a esa cantidad de señoras ya mayores montando un
revuelo por un animalito indefenso.
Por lo menos me divertí un rato poniéndolas
nerviosas, eso no tenía precio, fue como un pequeño descanso del comedero de
cabeza al que me querían someter, que no solo consistía en champú y
acondicionador para el pelo. Por lo visto los lavados de cabeza incluían uno de
cerebro de regalo, o por lo menos una jaqueca extra, aunque para ellas lo de la
salamandra fue el susto de la semana.