No me gusta hacer homenajes a título póstumo, aunque
este casi podría decirse que lo es. Es angustiosa la espera cuando tus sentidos
se llevan alerta las veinticuatro horas del día, esperando que el maldito
teléfono suene para decirte que una de las personas más importantes de tu vida
se ha ido para siempre.
Llevaba cuidándola unos meses, todas las mañanas iba
a asearla, le hacía compañía y le contaba las perrerías que hacían mis dos
niñas adoptivas (Joe, mi agapornis, y Laika, la perra que me adoptó hace unos
meses.) Algunas de las historias que le contaba eran repetidas, pero le daba
igual, no se acordaba, y se reía mucho con las travesuras de Joe, o de lo bien
que evolucionaba Laika en casa, hablaba con la inseparable por teléfono y ella
le contestaba con algunas de las palabras que sabe decir. Eso le alegraba las
mañanas hasta que me iba.
Ha sido una enfermedad muy larga y dura, para ella y
todas las personas que estamos a su alrededor. No quiero destacarme y decir que
yo he sido la que ha sufrido más, pero si es cierto que la he visto consumirse
día tras días, hasta que una mañana, la llamé para ver como estaba, justo antes
de ir a darle el desayuno y me dijo que tenía muchas ganas de verme. “Mi ángel
de la guarda”, me decía cada vez que escuchaba que abría la cerradura a las
nueve de la mañana y lo último que me espiró antes de entrar en un estado de semiinconsciencia.
Mi abuela, era un bicho, una persona inquieta y
curiosa que vivió en una época donde todo estaba mal visto para las mujeres, le
gustaba mucho gastar bromas y era una maestra terrible, la peor que he conocido
en mi vida, si le mostrabas algo, que ella consideraba que no estaba bien, en
vez de mostrarte cómo se llevaba a cabo la tarea de forma correcta, deshacía tu
trabajo y ella lo llevaba a cabo. Fijaros si valía poco para enseñar nada. Sin
embargo, a mi me enseñó muchas cosas, gracias a ella, en gran parte soy una
persona creativa, pinto, escribo, hago escultura, coso, se hacer ganchillo,
punto de cruz, coser, encajes, abalorios, crear cosas únicas… Eso sí, la
imaginación la ponía yo, ella jamás fue capaz de crear algo que estuviera
dentro de su mente, sólo copiaba otros modelos, pero me dio los medios para
llevar a cabo lo mi mente maquinaba.
Ahora entiendo el dicho este que dice “bicho malo nunca muere”, eso es cierto,
ya que soy la única de la familia que ha salido a mi abuela en ese aspecto, la
única que se interesó por pasar horas y horas junto a ella maquinando cosas
para fabricar, coser o estampar. Nos pasábamos las noches, mientras que mis
tías salían de marcha, haciendo muñecas de trapo, casas de juguete, con sus
muebles incluidos, para mis muñecas, formando un armario de ensueño en
miniatura, bañándonos en la piscina del patio, haciendo flores de porcelana
rusa,…. En aquellos momentos la imaginación la poníamos nosotras y el tiempo se
paraba a nuestro alrededor mientras disfrutábamos juntas.
Cuando era más pequeña, tengo el recuerdo de verla
cosiendo (ella hacía una ropa preciosa), y, para entretenerme me daba un trozo
de tela, yo lo deshacía hilo por hilo hasta que desparecía el retal, después me
daba otro, pero la tela era más fuerte y difícil de deshilachar, cuando nos
dábamos cuenta habían pasado las horas. Ella había cortado o cosido su proyecto
de chaqueta, falda, blusa o lo que fuera y, delante de una pequeña niña de seis
años, se encontraba una montaña de hilos de colores. Recogíamos e íbamos a
preparar la cena, costillas a la plancha, que compraba todos los viernes sólo
para su nieta. Ya que yo pasaba allí los fines de semana enteros.
Para mí, fue más que una abuela, ha sido mi segunda
madre, alguien de quien pude aprender muchas cosas y que me mostró el mundo de
una forma muy diferente al resto de adultos que me rodeaban. Yo era su primera
nieta y ella era mi cómplice en mis andanzas. Nunca me regañó por verme con un
martillo o una sierra, al contrario, dejaba lo que estuviera haciendo y se
venía conmigo a mostrarme la mejor forma de coger la herramienta para que no me
hiciera daño, me dejaba jugar con los clavos y las maderas viejas.
Pero las personas crecemos, y yo dejé de ir a casa
de mi abuela a pasar los fines de semana para iniciar mi vida como adolescente e integrarme, por
decirlo de alguna manera, en el mundo de los adultos. A pesar de todo, siempre
dejaba un día de la semana para ella. Incluso estando en la facultad, me
levantaba el día que no tenía clase y la esperaba a que viniera a recogerme,
siempre tan diligente con su carro aparecía muy temprano y nos íbamos a ver
tiendas, la ayudaba a comprar, le encantaba ir a las tiendas de todo a un euro y
yo disfrutaba con ella.
Lo cierto es que nos reíamos mucho juntas, y ahora
se ha ido, todavía no ha sido enterrada pero lo peor está por llegar en pocas
horas o pocos días, ya sólo nos queda esperar a que su cuerpo se rinda. Su mente
no está con nosotros desde el día que me la encontré y di la voz de alarma,
aunque de eso tampoco hace mucho. Sin embargo, estoy muy tranquila, tengo ganas
de que acabe con su sufrimiento y se vaya en paz, ha sido una odisea larga y
llena de dolores y penurias, en las que yo he estado presente, en todas y cada
una de ellas. Sé que no leerá estas líneas, tampoco sabrá nada de ellas, pero
necesitaba hacerle una última mención, sólo para ella, antes de que abandone
definitivamente este mundo, plano, universo o donde quiera que estemos y su
alma se pierda en las profundidades de la lógica y el conocimiento.
La echo de menos, demasiado, pero este sentimiento
lo llevo desde el día que acabó postrada en una cama sin poder moverse. También
la he llorado, tanto que ya solo tengo tranquilidad donde antes las tempestades
arrasaban dentro de mi cerebro. Y me he despedido de ella, como pensaba que
debía hacerlo, con un beso cálido en la frente y diciéndole hasta luego, ya que
no se si la veré alguna vez dentro de muchos años. A mi ha sido a la única
persona que le ha dejado darle un beso o cogerla de mano en la habitación del
hospital, al resto los ha echado, ya que solo quiere estar tranquila y que haya
alguien que no se retire de ella en ningún momento, bueno, eso era hasta hace
relativamente el primer día de su agonía, ya no sabe quién está allí o deja de
estar, a penas abre los ojos y un grito compulsivo le hace pedir agua de forma
inconsciente.
Puede que haya formas mejores de fogar, pero esta es
la mía, mi despedida pública donde el que quiera entender que entienda, y el
que no que pase de largo en la maraña de páginas que es internet. Ahora empiezo
una nueva época de mi vida, una en la que ella no estará y en la que recordaré
su voz cada vez que de una puntada, coja la máquina de coser, pinte un cuadro,
haga una escultura o realice alguna actividad de artesanía, eso se quedará para
siempre conmigo.
Adiós cielo, hasta luego amor - fueron mis últimas
palabras antes de que su mente abandonara este plano para elevarse sobre todos
nosotros y ver la inmensidad del cosmos que la rodeaba.