Permanecer
inalterable.
Y es que hay cosas que no cambian aunque lo
desees con todas tus fuerzas, como adquirir informaciones no deseadas por parte
del vecindario o ver en la tele titulares que son prescindibles, por decirlo de
alguna forma.
No, mucho más lejos de la realidad, ni me
acerco a los programas de cotilleo donde todo el mundo cuenta con quién se han
acostado o lo que han hecho durante lo que ellos llaman el acto sexual o los
encuentros íntimos, cosa que me interesa más bien nada. Aunque esto último
también podría entrar en esta categoría.
Lo malo de esta vida es que todo está lleno
de información no deseada, aunque inevitable, como puede ser el enterarte en la
tienda lo que pide la o el que va delante de ti, aquello que gritan en los
mercadillos o las ofertas que tienen los camiones que venden patatas (quien
dice patatas, dice melones, sandías, tomates, forro de sillas, las ofertas del
eskay, o cómo demonios se escriba eso, para tapizar tus sillas, etc.)Esto
ocurre un día sí y otro también, por las calles de mi barrio, pero hay que
ganarse la vida de alguna forma y no todos tienen la suficiente liquidez para
montar un negocio, tener intermediarios y demás requisitos.
Sin embargo, dejando a un lado, todo lo que
puede ser pasable, tolerable y necesario para la supervivencia de las personas
(que ya bastante mal lo estamos pasando todos), hay otro tipo de información
que no teníamos porqué conocer bajo ningún concepto.
¡Efectivamente! Me refiero a lo que pertenece
a la vida propia de cada individuo y que te trae al fresco, por no decirlo de
otra forma, si esta persona o personas, no forman parte de tu círculo de
amigos, porque ciertamente, si son conocidos te importa un poco más si es un
desconocido, pero tiene mucho menos interés si es alguien que te importa.
Darle de comer a
la gente.
Esta frase la escucho varias veces a lo largo
del mes y es cierto, el cotilleo forma parte de aquellas personas que no pueden
evitar nutrirse de las desgracias ajenas (todavía no me han contado uno que sea
por bien de alguien o, si es algo bueno sobre una persona, la interlocutora o
interlocutor no lo decía en un tono muy alegre) y ciertamente tiene razón.
Parece que nadie vive si no escucha un buen chisme y algunos si no lo crean,
ciertamente todo el mundo posee intereses propios y algunas informaciones no
deseadas pueden ser más suculentas para uno que para otros.
¡Hay demasiada gente aburrida en este mundo!
Porque decir mucha sería quedarme corta en este aspecto, si estamos demasiado
aburridos para pararnos a pensar qué demonios podemos hacer con nuestras vidas
más que pasar el tiempo viendo la televisión (nunca en canales constructivos [me
vale cualquiera que no tenga como única programación los cotilleos]) y
regocijarnos en las desgracias de los contertulios, porque últimamente no
hablan más que de ellos mismos.
Lo malo de esto es que por las mañanas hay
que hacer cosas, sobre todo mientras empiezan los eternos programas o esos “documentales”
si pueden llamarse así, que dicen haber revolucionado el mundo de los mismos
con su nuevo formato, que no consta de otra cosa que dar muy poca información,
meter cotilleo y morbo por el centro y centrarse poco en el tema, ya que
realmente no existe el mismo y que visto uno vistos todos, porque ya no son
documentales únicos que explican o cuentan sucesor propios, nuevos
descubrimientos o la mecánica del mundo, simplemente son seriales sobre lo
mismo una y otra y otra y otra vez que no hacen más que matar el aburrimiento
de pura agonía.
Centrándonos en el tema de la entradilla,
volvemos a lo más mundano que podemos encontrar y es tu propio barrio, tus
propios vecinos y conocidos. Cuando no te para alguien que ni siquiera saludas
por la calle para contarte algo urgentemente, otra habla a grito pelado para
que todo el que pase por el lugar coja perfectamente la información (lo peor de
todo esto es que hay personas que se paran a escuchar con atención.) Eso es
darle de comer a la gente, ¡a ver si se mueren de una indigestión!
Nos centramos en
la escena.
Todo ocurrió un día de esta semana, después
de que los comercios reabrieran sus puertas tras la bonanza del fin de año,
hasta hace unos días los carros iban llenos de cosas caras y ahora sólo se
veían caldos de paquete y avíos para el puchero.
Para concretar un poco más la escena, he de
añadir que odio ese supermercado a más no poder, siempre está lleno de gente,
los pasillos son muy estrechos y parece que a todos los empleados han tenido
que hacer un curso sobre como despreciar al cliente e ignorarlo cuando pasan
por caja y, si esto no es posible, hacerle el mayor desprecio posible. ¡Vamos! Que
voy sólo cuando no tengo más remedio, porque es unan bomba de relojería para mi
persona.
Os describo la escena: estaba en la cola
aguantando a una señora que me contaba lo mal que está la vida y cómo los
jóvenes de hoy día no queremos trabajar, mientras otra maruja, que conoce a mi
familia, me increpaba el porqué no quería traer familia (¡claro, cómo ya tengo
una edad! Según ellas, y en sus tiempos se traía familia antes.)
A una le sonreía con cara de asco y a la otra
le pregunté para cuando le venía bien que lo trajera, ya que tan interesada
estaba en ello que a lo mejor quería mantenérmelo o criarlo ella, por lo que
los monólogos acabaron más bien pronto.
Así que se hizo el silencio por dos de mis frentes, pero quedaban otros dos, de
buenas a primeras veo a la cajera, mientras está pasando mi compra y tratándola
como un montón de trapos sucios, gritándole a la compañera que le faltaba la
regla desde navidad y que le tenía que haber bajado ya.
-
Son 15,40 – me dice sonriendo.
-
Aquí tiene – le doy el dinero y espero mi cambio pacientemente.
Tras una demora en la que tuve que aguantar a
la otra comentándole que a lo mejor estaba embarazada y que ojalá fuera así con
lo que había estado buscando ese momento (no se puede ser más hipócrita, ya que
se le veía en la cara a la compañera) se digna a dirigirme la palabra.
-
Aquí tienes – me dice.
-
Gracias – cojo mi cambio y me lo guardo en el bolsillo -. Una cosa más
– le digo-. Me importa una mierda lo que te pase – le respondo antes de irme
por la puerta pensando por qué demonios no pongo una hoja de reclamaciones
cuando voy.
¡Eso señoras y señores! Es darle de comer a
la gente, contar cosas a viva voz que no le importan a nadie para que las
marujas y marujos (existen), que se encuentran allí en ese momento, lo vayan
comentando por el barrio.