ELABORAR UNA IDENTIDAD ES UN PRIVILEGIO QUE SÓLO EJERCEN AQUELLOS QUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE ELEGIR Y QUE LUEGO MANTIENEN EL ESFUERZO DE PENSAR.




24 de enero de 2014

COMIDA SANA. CONVERSACIONES DE ZANAHORIAS


Una de las cosas que más me fastidia hacer de mi vida diaria es ir al supermercado, sin embargo tengo la mala costumbre de comer todos los días.

Entrando por la puerta corredera empiezo a hacer memoria – primera parada sección de frutas y verduras – pienso un segundo antes de encaminar mis pasos hacia el sentido correcto.

-A ver – digo en voz baja para mí misma -. Brotes verdeeeesssss….. Estos no son los que le gustan al bichi – miro hacia otro sitio y sigo buscando afanosamente.

Sin darme cuenta, alguien se coloca a mi lado y comienza a hablar sobre las propiedades de las verduras o algo parecido (lo cierto es que podría haber estado hablando sobre el color sobre una nueva ameba, descubierta sobre una mierda de un raro espécimen de vaca, que no me hubiera enterado del tema.)

Por fin encuentro los brotes verdes para mi bichillo, cuando el chaval, por decirlo de alguna forma (tenía ya los huevos negros), coge otro paquete igual y me mira a los ojos:

-Es bueno cuidarse ¿verdad? – me dice sonriendo -. Porque se nota que tú te cuidas mucho, guapa.

“En qué mesa hemos comido tú yo juntos para que me digas eso” – pensaba mientras seguía soltando sandeces sobre lo bueno que es cuidarse y soltarme “piropos” sobre lo bien que se me veía.

-Estos brotes son bastante buenos – continúa sin notar que me importaba un bledo lo que me decía.

-Si yo no como esto – le respondo cortantemente.

-Pues no se nota – me dice con una risa sarcástica -. Para no comerlos tu cuerpo los transforma bastante bien.

“¡Ole tus cojones!” – pensé en ese momento -. “No, si creerá que soy una de esas que dice que no se cuida y se hincha a vomitar la comida y a ingerir un montón de porquerías bajas en calorías.”

-Son para el loro – respondí -. Y el todo lo que come lo transforma en mierda.

No hubo respuesta, solo un silencio espeso y profundo que permaneció segundos después de que enfilara el siguiente pasillo hacia la zona de caja, porque eso sí, yo puedo odiar ir al supermercado, pero a mi lorito no puede faltarle nada, y mucho menos, verdura fresca para el día.

23 de enero de 2014

¡QUE VOY A SER DE MAYOR!

Cuando crezca voy a ser…

Esta frase la hemos dicho todos, yo quería ser veterinaria, periodista o estudiar bellas artes, pero sólo uno de estas metas se cumplió en parte, ya que mi profesión está muy lejos de parecerse a un médico de animales, un informador o una artista. No me ha ido mal, de veterinaria improvisada he hecho algunas veces con mis mascotas y con las de los demás, y no con malos resultados, podría decirse; de periodista, ¡bueno!, podría decir que me quité el gusanillo hace mucho tiempo y que es un mundo fascinante. ¿Y de la profesión de bellas artes? Hago mis pinitos con la pintura y la escultura, modelo y creo algunas cosas, pero nada más, simplemente es algo que me ha fascinado desde pequeña y que no me dejaron hacer por diversos motivos (entre ellos era la típica frase de padres de: “eso no tiene futuro”.)

Aunque no se puede decir que sea una insatisfecha con lo que hago, todo lo contrario. Sin embargo, llega un momento en que te paras a pensar qué demonios has hecho con tu vida y qué ha pasado para llegar al punto donde te encuentras. Me prometieron que si estudiaba el día de mañana tendría un buen coche, una casa grande, una familia perfecta, un sueldo estupendo y, lo más importante, un trabajo garantizado de por vida (y yo, junto con otros millones de niños y niñas de mi generación, nos lo creímos). Y la cosa pintaba aún mejor, no llegaríamos a los treinta años, antes de conseguir todos estos objetivos.

Bonitas promesas las que nos hacían ¿verdad? Nos enseñaron a sembrar hoy para recoger mañana. Todo esto se tradujo, en mi caso, en unas maratones diarias entre el colegio, el conservatorio (sólo fui unos meses, no me gustaba), las clases de pintura (eso si que lo aprovechaba), de baile, el karate, las clases de idiomas  y las miles de horas encerrada entre las cuatro paredes de mi cuarto para hacer los deberes y memorizar nombres de ríos, afluentes, provincias, siglos, reyes, acontecimientos, etc. Todo ello mezclado con la insufrible catequesis de los viernes, momento que disfrutaba porque era el único día de la semana que podía jugar un rato y si soy sincera, las hubiera cambiado por cualquier otra cosa con tal de no aguantar a la ex - monja que nos la daba.

Soltera, casada, viuda o rica.

Ha pasado el tiempo, ya no soy una chiquilla ingenua, pero tampoco soy la más avispada de este mundo, sin embargo, tengo las suficientes miras para comprobar que nada de esto se ha cumplido. No tengo un trabajo de por vida, un sueldo bien remunerado que me permita vivir con desahogo, una casa grande (de todas formas es mucho que limpiar) o un buen coche (lo cierto es que no me gusta conducir, aunque tengo el carnet), lo de la familia perfecta tienes que buscarlo tú, no depende de tus logros laborales, pero de algo puedo estar muy segura, mi título universitario está criando polvo dentro de su forro.

Esto podría suponer un déficit en mi autoestima y la caída inevitable en una tremenda depresión, como le ha supuesto a muchas y muchos como yo, pero me ha supuesto otras cosas, el pararme a pensar lo que he conseguido y lo que soy, detener el mundo y darme cuenta que muchas de las cosas que he hecho o logrado no han sido por motus propio, sino porque a mis padres les convencieron que me vendría muy bien para el futuro (fijaros si me ha venido bien que tengo un currículum de tres páginas y media sólo en estudios. De la experiencia laboral, mejor no hablemos), aunque historiales como el mío habrá miles.

¡Soy una campeona! No he obtenido los resultados deseados, pero eso no me quita mérito, nadie puede negarme mis metas logradas, mis horas de estudios, las lágrimas que he soltado por el camino, las horas sin dormir que jamás recuperaré, los codos resecos de tanto hincarlos sobre el escritorio, los millones de folios escritos, los litros y litros de café a altas horas de la madrugada para mantenerse despierto, el no haber salido o saber qué era una noche de fiesta hasta que no fui bastante mayor, la subida de la miopía y los dolores tremendos de cabeza y de ojos delante de un folio donde las palabras se arremolinaban, eso no puede negarme nadie que lo he hecho. Por eso no puedo pensar que he perdido, porque logrado todo aquello que me propuse y más todavía, porque hice lo que se suponía que debía haber hecho en aquel tiempo. Que subsisto de mala manera negándome a irme de mi país, si cierto (eso ha sido mi decisión.)

Ahora me toca a mí decidir.

Si este no es el momento ¿cuándo lo será? Nunca, esa es mi respuesta cada vez que me hago esta pregunta. Me enseñaron a ser buena, callada y obediente, porque era lo correcto en esos momentos, lo malo es que vengo de un lugar donde también me enseñaron a pensar.

La parte oscura de tener mucho tiempo libre es que te paras a pensar (otros a recrearse en sus propias miserias), miras hacia atrás y ves como lo que te habían prometido no se ha cumplido. Ahí es dónde te paras a memorizar lo qué has hecho. Vi como era todo lo que mis padres querían que fuera, pero no lo que yo deseaba ser, la decisión fue fácil, aunque no el camino a seguir, ahora tendría que pelear contra viento y marea para conseguirlo, y esto implicaba cambiar partes de mi educación, aquellas que tendría que identificar, destruir y remodelar desde cero. Tendría que luchar por conseguir unas nuevas metas y vivir con las consecuencias de los actos que había decidido.


Ahora si sé lo que voy a ser de mayor, voy a convertirme en artista, escritora de textos inéditos, escultora de sueños y voy a tirar abajo todo aquello que me inculcaron y que no me gusta, para volver a renacer de las cenizas. Es difícil, pero tengo tiempo, el suficiente hasta que encuentre un trabajo que me tenga lo bastante ocupada y me deje lo suficientemente cansada para no luchar, acomodarme y no me deje ganas de pensar.

15 de enero de 2014

THE KILLER YAYA

Señora entrañable donde las haya, de mirada furiosa y penetrante, recuerda con nostalgia aquella juventud donde su coche tenía sólo dos ruedas y el tubo de escape echaba fuero cada vez que aceleraba.

Añoraba aquellos tiempos donde su único dueño era el asfalto, que marcaba la senda del camino, y el reloj, que le indicaba sus horas de descanso, era el sol cuando se escondía por el horizonte de la carretera.

¡Ahhh! ¡Aquellos maravillosos años! Cuando todo era mucho más fácil, pero todo el mundo cambia y un día, se enamoró de aquel motero tan guapo de pelos largos y tatuajes en los brazos. Nunca olvidará aquel día cuando, sus piercing se iluminaron bajo el sol del atardecer al devolverle la sonrisa que le dedicó, tras romper una botella de cerveza medio vacía contra el suelo, eso sólo lo hacían los hombres de verdad.

De aquel amor nacieron dos rebeldes, un niño y una niña, que se convirtieron en la pesadilla de sus padres. Ellos habían cambiado la bisutería de calaveras y pinchos, por cuentas y collares de perlas, las camisetas de mangas cortadas y los chalecos de parches por jerséis al hombro, pantalones de pinza y polos con caros bordados. ¡Eran la deshonra de sus padres! Pero los querían y vivieron con ello.

El tiempo fue pasando y aquellos dulces niños, que escuchaban la música de las listas comerciales, se hicieron mayores y trajeron a su propia prole, así fue como se convirtió en yaya. De la noche a la mañana había pasado de motera sin causa a abuela entrañable.

Un día la yaya  ya no pudo más y cogió su coche junto con su compañera de antaño, aquella que le había ayudado tantas veces en la carretera. Sin pensarlo dos veces, tomaron sus zapatos bajos, los pañuelos de algodón y entraron en su coche casi nuevo para tomar la senda de sus destinos de asfalto y no volver jamás.
Estaba harta de niños pijos, de que le dijeran que la calceta era mejor que una caja de herramientas, que la vida que tenía sólo le había traído problemas, de que sus hijos le dijeran cómo debía comportarse si quería ver a sus nietos, ya que la consideraban una mala influencia para ellos, y todo porque unas navidades les compró pantalones de cuero a todos ellos.

Agarró el volante entre sus manos, subió el volumen de la radio y pisó el acelerador a fondo, dejando que el aire entrara por las ventanillas del coche. Un grito de esperanza comenzó a correr por sus venas, mientras se dirigía a despedirse de sus seres queridos para siempre. Sin embargo, algo cambió su destino cuando llegaba a un cruce de cuatro caminos, desde el carril interno, atravesó su coche como un toro para dirigirse al sentido opuesto de su marcha, donde el resto de vehículos la miran fijamente y esperan a que el semáforo de la señal.

Miles de personas le increpan con sus pitidos, pero ella solo puede esputar malas palabras de su boca y evita mirar la escena de desconcierto que había provocado. Tras internarse en el sentido opuesto entra en la acera que sirve de isla y descanso para los viandantes, no sin hacer que varios coches retrocedieran se su puesto para dejarla pasar de mala gana.

-  ¡Señora! – dice desde la ventanilla de suche, aún en marcha, a un peatón que pensaba que estaría a salvo de las bestias de metal en aquel descanso -. ¿Sabe decirme por dónde se sale de la ciudad? – continúa la yaya ante la mirada atónita de la señora.

Después de cinco largos minutos de explicaciones y mandar a su amiga a comprar provisiones al estanco de enfrente, vuelve a incorporarse al tráfico de la ciudad atravesando la acera y saltándose el semáforo. Al cambiar este, vuelve a realizar un cambio de sentido con el pie hundido en el acelerador del coche.

Y así fue señores como la yaya, pasó a ser la killer yaya. Tened cuidado si os la cruzáis en vuestro camino, no parará al veros. Es fácil identificarla, lleva a la muerte derrotada en el capó de su coche, antes de un bonito color gris y ahora manchado con la sangre de todos aquellos que intentaron detenerla.



PD: Este relato está basado en hechos reales acontecidos recientemente delante de mis ojos.

9 de enero de 2014

¡ME IMPORTA UNA MIERDA!


Permanecer inalterable.

Y es que hay cosas que no cambian aunque lo desees con todas tus fuerzas, como adquirir informaciones no deseadas por parte del vecindario o ver en la tele titulares que son prescindibles, por decirlo de alguna forma.

No, mucho más lejos de la realidad, ni me acerco a los programas de cotilleo donde todo el mundo cuenta con quién se han acostado o lo que han hecho durante lo que ellos llaman el acto sexual o los encuentros íntimos, cosa que me interesa más bien nada. Aunque esto último también podría entrar en esta categoría.
Lo malo de esta vida es que todo está lleno de información no deseada, aunque inevitable, como puede ser el enterarte en la tienda lo que pide la o el que va delante de ti, aquello que gritan en los mercadillos o las ofertas que tienen los camiones que venden patatas (quien dice patatas, dice melones, sandías, tomates, forro de sillas, las ofertas del eskay, o cómo demonios se escriba eso, para tapizar tus sillas, etc.)Esto ocurre un día sí y otro también, por las calles de mi barrio, pero hay que ganarse la vida de alguna forma y no todos tienen la suficiente liquidez para montar un negocio, tener intermediarios y demás requisitos.

Sin embargo, dejando a un lado, todo lo que puede ser pasable, tolerable y necesario para la supervivencia de las personas (que ya bastante mal lo estamos pasando todos), hay otro tipo de información que no teníamos porqué conocer bajo ningún concepto.

¡Efectivamente! Me refiero a lo que pertenece a la vida propia de cada individuo y que te trae al fresco, por no decirlo de otra forma, si esta persona o personas, no forman parte de tu círculo de amigos, porque ciertamente, si son conocidos te importa un poco más si es un desconocido, pero tiene mucho menos interés si es alguien que te importa.

Darle de comer a la gente.

Esta frase la escucho varias veces a lo largo del mes y es cierto, el cotilleo forma parte de aquellas personas que no pueden evitar nutrirse de las desgracias ajenas (todavía no me han contado uno que sea por bien de alguien o, si es algo bueno sobre una persona, la interlocutora o interlocutor no lo decía en un tono muy alegre) y ciertamente tiene razón. Parece que nadie vive si no escucha un buen chisme y algunos si no lo crean, ciertamente todo el mundo posee intereses propios y algunas informaciones no deseadas pueden ser más suculentas para uno que para otros.

¡Hay demasiada gente aburrida en este mundo! Porque decir mucha sería quedarme corta en este aspecto, si estamos demasiado aburridos para pararnos a pensar qué demonios podemos hacer con nuestras vidas más que pasar el tiempo viendo la televisión (nunca en canales constructivos [me vale cualquiera que no tenga como única programación los cotilleos]) y regocijarnos en las desgracias de los contertulios, porque últimamente no hablan más que de ellos mismos.

Lo malo de esto es que por las mañanas hay que hacer cosas, sobre todo mientras empiezan los eternos programas o esos “documentales” si pueden llamarse así, que dicen haber revolucionado el mundo de los mismos con su nuevo formato, que no consta de otra cosa que dar muy poca información, meter cotilleo y morbo por el centro y centrarse poco en el tema, ya que realmente no existe el mismo y que visto uno vistos todos, porque ya no son documentales únicos que explican o cuentan sucesor propios, nuevos descubrimientos o la mecánica del mundo, simplemente son seriales sobre lo mismo una y otra y otra y otra vez que no hacen más que matar el aburrimiento de pura agonía.

Centrándonos en el tema de la entradilla, volvemos a lo más mundano que podemos encontrar y es tu propio barrio, tus propios vecinos y conocidos. Cuando no te para alguien que ni siquiera saludas por la calle para contarte algo urgentemente, otra habla a grito pelado para que todo el que pase por el lugar coja perfectamente la información (lo peor de todo esto es que hay personas que se paran a escuchar con atención.) Eso es darle de comer a la gente, ¡a ver si se mueren de una indigestión!

Nos centramos en la escena.

Todo ocurrió un día de esta semana, después de que los comercios reabrieran sus puertas tras la bonanza del fin de año, hasta hace unos días los carros iban llenos de cosas caras y ahora sólo se veían caldos de paquete y avíos para el puchero.

Para concretar un poco más la escena, he de añadir que odio ese supermercado a más no poder, siempre está lleno de gente, los pasillos son muy estrechos y parece que a todos los empleados han tenido que hacer un curso sobre como despreciar al cliente e ignorarlo cuando pasan por caja y, si esto no es posible, hacerle el mayor desprecio posible. ¡Vamos! Que voy sólo cuando no tengo más remedio, porque es unan bomba de relojería para mi persona.

Os describo la escena: estaba en la cola aguantando a una señora que me contaba lo mal que está la vida y cómo los jóvenes de hoy día no queremos trabajar, mientras otra maruja, que conoce a mi familia, me increpaba el porqué no quería traer familia (¡claro, cómo ya tengo una edad! Según ellas, y en sus tiempos se traía familia antes.)

A una le sonreía con cara de asco y a la otra le pregunté para cuando le venía bien que lo trajera, ya que tan interesada estaba en ello que a lo mejor quería mantenérmelo o criarlo ella, por lo que los  monólogos acabaron más bien pronto. Así que se hizo el silencio por dos de mis frentes, pero quedaban otros dos, de buenas a primeras veo a la cajera, mientras está pasando mi compra y tratándola como un montón de trapos sucios, gritándole a la compañera que le faltaba la regla desde navidad y que le tenía que haber bajado ya.

-  Son 15,40 – me dice sonriendo.

-  Aquí tiene – le doy el dinero y espero mi cambio pacientemente.

Tras una demora en la que tuve que aguantar a la otra comentándole que a lo mejor estaba embarazada y que ojalá fuera así con lo que había estado buscando ese momento (no se puede ser más hipócrita, ya que se le veía en la cara a la compañera) se digna a dirigirme la palabra.

-  Aquí tienes – me dice.

-  Gracias – cojo mi cambio y me lo guardo en el bolsillo -. Una cosa más – le digo-. Me importa una mierda lo que te pase – le respondo antes de irme por la puerta pensando por qué demonios no pongo una hoja de reclamaciones cuando voy.


¡Eso señoras y señores! Es darle de comer a la gente, contar cosas a viva voz que no le importan a nadie para que las marujas y marujos (existen), que se encuentran allí en ese momento, lo vayan comentando por el barrio.