Una historia que se repite.
Si, cierto, ya se que escribí sobre el tema hace ya uno o dos años, quizás tres, lo cierto es que he escrito tantas cosas para este blog que podría decirse que, en mi mente, hay constancia de ello, pero del tiempo exacto transcurrido y del nombre del post en concreto no. Sin embargo, si hago esto es porque o bien he cambiado de opinión respecto al tema, o algo ha cambiado en mi vida o hay cosas nuevas que añadir al artículo (o como quieras llamarlo) en cuestión.
Llevo cuatro años independiente – cierto -, bien es sabido que me casé hace ya unos tres años – cierto también, - y casi cada día escucho de parte de las marujas de la calle que cuando voy a animarme ya traer familia. Esto no es nada nuevo, la mayoría de gente tiene muy a dentro que el casarse significa traer hijos lo más rápidamente posible, aunque no te lo pida el cuerpo, o eso parece. Porque por un lado te dicen que no traigas niños al mundo, que sólo son preocupaciones, y por el otro te preguntan que para cuando pienso animarme (¡y se quedan tan panchas! Lo mejor de todo es que puede que no existan ni días de diferencia entre una expresión y otras, sino minutos.)
Bueno, pues la
cosa ha cambiado. Sí, lo que habéis leído, es como haber salido de la sartén
para caer en las brasas. Y son unas llamas incandescentes demasiado abrasantes
para responder de buenas formas, cosa que nunca ha hecho, pero ya se están
pasando de castaño a oscuro, casi negro azabache diría yo.
La última fue
un poco espeluznante o surrealista, por decirlo de alguna forma, me preguntaron
que si no veía bastante a mi marido en la intimidad como para que me quedara
preñada. Lo sorprendente de esto fue que usara la palabra intimidad, yo pensaba
que utilizaría una cosa más soez, pero claro, sería porque había gente en la
calle o quiso suavizar la cosa, no lo sé, el caso es que casi me quedo a
cuadros rellenos de rayas y puntos de colores.
El problema de
esto es que me empezó a entrar un calor por el cuerpo, que empezaba por los
talones y subía poco a poco hasta mi cabeza, donde mis hemisferios peleaban
entre sí por contestar cortésmente o soltarle algo propio de cualquier
polígonera que se precie. Y lo hice, como es propio de mi y de mi “poca
vergüenza”, porque yo de eso tengo muy poco, no la que pregunta, si no yo, pero
ya he aceptado que soy una desvergonzada.
Señora – le contesté
educadamente con una sonrisa hipócrita en la boca -, a mi marido lo veo todos
los días, - continuaba haciendo esa mueca forzada con los labios mientras ella
me la devolvía sinceramente -, pero lo que yo folle o deje de follar con él
creo que no es asunto suyo. Por supuesto me dijo que no tenía ni educación ni
vergüenza (¡mira quién fue a hablar! ¡Doña buenas formas! Ahí si que me salió
la risa de verdad) Sinceramente, se lo había ganado.
Lo que ha cambiado.
Como toda
historia que se precie, las cosas han cambiado soberanamente desde que
empezamos con el tema, ya no son sólo las vecinas del barrio las que preguntan,
ahora mis compañeros de trabajo, las amigas, los conocidos y demás personajes,
que ven que pasa el tiempo y no te ha picado el mosquito en la tripa para que
te la hinche.
- - Pues
ya te toca – me dice un compañero sonriendo.
- - ¿Qué
ya me toca? – le respondo -. El qué… ¿divertirme?
- - ¡Nooooo!
¡Mujer! – me responde -. Tener un niño.
Lo mejor de todo es que me responde como si yo no me hubiera enterado de lo que me estaba diciendo (¡Ala! ¡Que ya me toca! También es hora de acertar la lotería y eso no ha pasado todavía, aunque para ello debería comprar un décimo de vez en cuando.) Sorprendentemente no es el primero que me lo dice, por desgracia tampoco será el último.
Últimamente mi
respuesta a todo esto, menos la última, que se pasó de indiscreta, es la
siguiente:
-
- - Me entraron ganas de niños y me compré un loro - bueno, exactamente es un loro enano conocido como agapornis, pero biológicamente es un loro.
- - Me entraron ganas de niños y me compré un loro - bueno, exactamente es un loro enano conocido como agapornis, pero biológicamente es un loro.
- -Pero
no es lo mismo.
- - Es
verdad – les contesto – cuando te hartas de un niño no puedes meterlo dentro de
la jaula para que se tranquilice.
También a mi
madre y mi suegra les ha dado porque quieren ser abuelas, lo malo es que lo
dicen de formas muy sutiles, como: “voy a ser una abuela muy vieja” (si pero
así tendrá una excusa para no quedarse cuidando al niño más que lo justo para
que le alegre el día) o “a vosotros lo que os hace falta es un niño” (también
me hace falta pintar la casa, cambiar el vestuario, aprender papiroflexia,
averiguar cómo beber boca abajo, encontrar una pajita lo suficientemente ancha
para chupar masa de galleta,… y no por ello me he empeñado en hacerlo ya), pero
claro, eso no les voy a contestar, simplemente me callo y asiento, o por lo
menos eso hacía hasta hace muy poco, ahora les contesto lo del loro.
Ya me toca.
Tiene gracia,
ya me toca hacer cosas que supuestamente tendría que haber hecho aparte de
casarme: no tengo hipoteca, no tengo coche, no pienso tener hijos, no veo
programas de cotilleo, no me dedico a saberme la vida del bloque y demás cosas
que se supone que tengo que realizar o tener porque me toca.
Ciertamente
hay cosas que creo que me tocan, pero son otras que no tienen nada que ver con
contraer deudas o traer al mundo un bebé. Me toca hacer lo que me dé la gana,
lo decidí hace ya un tiempo, cuando vi que ser lo que los demás querían o lo
que se supone que debía ser, bien por mis estudios, por mis ambiciones mal
encaminadas y demás chorradas que te ciegan, no me llevaban a ninguna parte, y
mucho menos en los tiempos que corren. Ahora seré yo misma, haciendo lo que
quiera, cuando quiera y como quiera, ya nadie puede decirme dónde está mi
futuro o lo que debería hacer, aunque lo han hecho, y no hace mucho tiempo,
pero ese es otro tema que ya contaré
Si,
verdaderamente me toca, me toca ser Silderia, ahora más que nunca, pero de lo
que estoy segura es que ni el tiempo siquiera puede dictarme que es lo que me
corresponde.