ELABORAR UNA IDENTIDAD ES UN PRIVILEGIO QUE SÓLO EJERCEN AQUELLOS QUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE ELEGIR Y QUE LUEGO MANTIENEN EL ESFUERZO DE PENSAR.




6 de marzo de 2008

Historias de la infancia. El cuento del dentista

Cuando yo aún contaba con los dientes de leche, de eso hace ya unos añitos. Ahora tengo el esmalte desgastado, me han extirpado un par de muelas y otras tantas las tengo empastadas, aunque eso ahora mismo no viene a cuento.

Bueno, como iba diciendo, por aquella época, mis padres me llevaban regularmente al dentista, bien para una revisión o para que me quitara un diente juguetón, que había empezado a balancearse en mi boca y yo no me atrevía a quitarlo, aunque voluntarios tenía para ello.

La voluntaria más insistente, mi abuela. Efectivamente, aquella adorable mujer, es implacable cuando se propone algo, por supuesto su tremenda tozudez venía cuando, infortunada de mí. Uno de mis incisivos inferiores (y digo esto porque fue el único diente que pilló), comenzó a moverse. Parecía una tabla, como la de las vayas de los dibujos.

Todos los fines de semana me iba a dormir a la casa de mi abuela, por el camino me iba moviendo el diente con la lengua, ¡qué feliz era en mi ignorancia! Me llevé todo el fin de semana huyendo de ella. Que si me lo quería atar con una cuerda y hacer que saliera cuando, de un portazo, el otro extremo de la misma, atado al picaporte, tirara de mi infortunada dentición. Se le ocurrió que me fuera dando vueltas al diente con un trapo limpio, quería que comiera cosas duras (quizás si me hubiera ofrecido tacos de jamón, hubiera aceptado la oferta). Era imposible, no podía quitármela de encima, lo raro es que no se acercara, mientras dormía a arrancarme el diente, porque eso si, mi abuela, de mujer delicada, no tiene nada.

Total, a lo que iba. Día segundo, comida en el salón, me da por abrir la boca, mientras me introduzco el tenedor en la boca y……¡qué me encuentro!, la mano de mi abuela. Había corrido más que mi mano, había observado y calculado, con una precisión casi exacta, el momento justo para conseguir su objetivo, extirparme el diente. Y así lo hizo, me dio la comida, lo llené todo de sangre y, para colmo de males, tuve que aguantar los “remedios de la abuela”, me hizo enjuagarme la boca con vinagre rebajado con agua, aunque ese término no era de su comprensión.

Como comprenderéis, era muy normal que yo, desde un primer instante, prefiriera ir al dentista, por mucho miedo que le tuviera. Era mejor esquivar a mi abuela y hacer gárgaras con vinagre.

Bueno pues, por supuesto iba bastante a ver a la doctora Ramos. Ella me quitaba los dientes con anestesia, en spray, no me daba vinagre para cortar la hemorragia y utilizaba unas pinzas para despojar el diente de mi encía. Mi madre dice que era un bicho, por lo visto a la dentista le costaba mucho hacer su labor, ya que no callaba ni debajo del agua. La solución era simple, el soborno. Sólo cuando mi padre me enseñaba las llaves del coche, y mi madre me prometía, que iríamos a comprarlo, en cuanto terminábamos, me dejaba hacer.

Lo que más me gustaba era cuando llegaba la hora de salir. Estaréis pensando, ¡cómo a todo el mundo!, si pero cuando mi padre le daba el dinero de la consulta, la doctora metía el dinero en mi bolsillo.

- Toma, esto para que te compres un pony. – Me decía con risita cómplice.

Un pony, si señores. Los famosos de la serie, de los cuales conseguí unos 75, entre revisiones y dientes quitados.

Bueno pues, esa es la leyenda urbana de todos los niños de mi barrio, que van a ver a la doctora Ramos. La leyenda del pony, y eso que hace ya muchos años. Ahora no los conservo, los tiene alguien que los necesita más que yo, seguro que, sea quien sea, les dará un buen uso. Lo que si hice fue disfrutarlos, algunos los vestía, otros llegué a pelarlos y mil virguerías más que les hacía, como no se quejaban.

Así nació una leyenda urbana, dentro de la consulta de los médicos. Una anécdota que, por lo que he escuchado, ha salido de aquellas cuatro paredes.

1 comentario:

sangreybesos dijo...

¿De verdad tu abuela te ataba el diente con un hilo al pomo de la puerta? ¡Cuánto daño han hecho Laurel y Hardy a nuestros mayores!