
En esta sociedad llena de apariencias dicen que nada es lo que parece, muchas veces el término se equivoca, en cambio otras acierta de pleno. Pero no en cuestión de las apariencias del resto de individuos que te rodean o que un día llegarás a cruzarte, quizás todos los días o simplemente por unos instantes, los suficientes para fijarte en él, sacar alguna conclusión de él por sus formas y olvidarte casi con la misma rapidez que lo viste. No te lo volverás a cruzar en la vida.

Eso no pasa en los probadores, aquellos lugares escondidos de tres paredes, un espejo, un banco, algunos percheros y una cortina que evita a las miradas indiscretas ver tu ropa interior. Ellos son los mayores mentirosos del mundo, bajo esas luces te ves más grasienta, porque el calor que desprenden te hace sudar tanto cuando te quitas la ropa, que al probarte la prenda elegida cuesta trabajo metértela.
Otro de los problemas principales es que los espejos no son rectos como deberían, en mis múltiples visitas a los probadores de diversas tiendas he podido comprobar que poseen una forma levemente cóncava o convexa, dependiendo del establecimiento ya que, casualidades de la vida, las pertenecientes a la misma empresa poseen los espejos igual de mal colocados y curvados de la misma postura. Lo he comprobado.
También tenemos el problema de las tallas donde una cuarenta y dos no es tal, sino que las etiquetas se han cambiado al gusto del diseñador, ya que “como no se le puede decir a un pintor de qué colores pintar su obra a él tampoco se le puede decir cómo hacer las tallas” (palabras casi exactas de los diseñadores de moda hace ya unos años). Pues bien nadie se lo dice y resulta que la cuarenta y dos de toda la vida, se ha encogido hasta llegar a un tamaño tan ridículo que puede ponérselo mi prima de diez años, y le queda justito. Por supuesto las partes de arriba tampoco concuerdan, o te quedan muy justas o te quedan muy grandes, el caso es que no te quede.

Todo esto, unido al auge de nuestras modelos por la tele ha expandido consigo una gran plaga, la anorexia y la bulimia, aquellas niñas y niños inocentes, cabezas huecas y banales que desean ser guapos. La enfermedad de los santos ha pasado a ser la plaga de los adolescentes del siglo XXI. Las reuniones proana y promia crecen dentro de las webs, en ellas dan miles de trucos y formas de saltarse los análisis de sangre, controlar el hambre y evitar comer a toda costa, entre otros muchos consejos.

Pero ese no era el tema, lo que quiero deciros es que en el caso de las tiendas las apariencias si engañan, pero tampoco es oro todo lo que reluce. Antes me sentía mal cuando iba a una tienda y me probaba mi supuesta talla y me quedaba justa, por supuesto no decía nada cuando en breves ocasiones me quedaba grande.

Aquel día estaba en el terrorífico probador con unos pantalones, que por cierto me quedaban horriblemente mal dentro y fuera del probador, creo que por eso no me los compré. El caso es que eran de mi talla, pero me quedaban muy justos hasta el punto que me hacía barriga, por aquél entonces no tenía. La luz del probador hacía inaguantable la situación y una bonita jornada de compras se había vuelto una tortura. En ese momento en el probador de al lado una niña de apenas unos cinco años estaba con su madre:
- ¡Mamáaaaaaa! ………..- Chillaba. - ¿Podemos irnos ya?
- Espera cariño que mamá tiene que coger un pantalón más grandes que este no le queda bien. – Baja la voz – Es que mami se ha puesto gorda y no le cabe.
- Mami no está gorda es que está mal echo. – Responde - ¿Vamos?
Si señores, es que estaba mal echo. A esa misma conclusión llegué cuando en mi casa me puse a medir los contornos de camisas, camisetas y pantalones y no concordaban los centímetros según su talla. Por supuesto la niña tenía razón, si no le quedaba bien es que estaba mal echo y a mi también me valía.

Así que ya sabéis, cuando entréis en un probado y no te quede bien la ropa, pensar con la cabeza, miraros dos veces, comprobar los centímetros y la frase mágica “si no me queda bien es que está mal echo”, sobre todo no olvidéis decírsela a la cotilla del probador que te pregunta: ¿qué tal? o a la vecina que os habéis cruzado en la tienda y que mira atentamente qué estas cogiendo. A demás no vais a decir ninguna barbaridad “es que el corte no te convence”, ¿por qué? Porque un listo no sabe usar la cinta métrica y prefiere ver una prenda pequeña con una etiqueta grande, porque ¡eso! es arte y nadie le puede decir cómo ha de crear.

En eso estoy muy de acuerdo, yo no le voy a guiar ni a sugerir cómo tiene que hacer las cosas, pero él tampoco me va decir a mí lo que se lleva este año y tengo que ponerme la temporada que viene, en qué tallas tengo que caber, los colores que predominarán y mucho menos si estoy gorda o no porque esa talla se ha quedado obsoleta. ¡Quizás el arcaico eres tú! Y cómo el arte es un mundo de ilusiones la moda también lo es. Por esta regla de tras soy consumidora habitual de arte. Así que tengo todo el derecho del mundo a criticarlo, para eso pongo el dinero.
1 comentario:
Los diseñadores de probadores deben formar una especie de logia. ¿Paranoico mi menda? Nooo, que va.
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