ELABORAR UNA IDENTIDAD ES UN PRIVILEGIO QUE SÓLO EJERCEN AQUELLOS QUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE ELEGIR Y QUE LUEGO MANTIENEN EL ESFUERZO DE PENSAR.




18 de febrero de 2009

UN PERSONAJE DE MI HISTORIA FAMILIAR

Todavía recuerdo aquél día, como siempre, venía asada de calor, y eso que en la calle hacía una temperatura de unos 278 grados kelvin o lo que es lo mismo, una hartá de frío.

- ¿No tienes calor? – decía mientras se desabrochaba la rebeca, fina como el papel de fumar, que llevaba.

¡Claro!, corriendo como va a todos lados, ¿cómo queréis que no pase bochornos? Pero la cosa no es esa. Si todavía tuviera algún niño que recoger del colegio, comida que preparar o alguna que otra cosa que hacer, a parte de ir a comprar, comerse todas las muestras gratis de comida del supermercado, cotillear en el chino de la esquina y, por supuesto, devolverle el taperwere a la Pepa para que se lo devuelva lleno, lo comprendería. Pero es que ella no puede tomarse la vida con calma. Por eso, cuando llega a casa de mi madre, se sienta gustosamente a esperar que esta acabe de preparar la pitanza para el día.

Aunque no penséis que eso se acaba ahí, mi madre le devuelve la fiambrera, si, hasta ahí todo bien, estamos de acuerdo, pero esta parece que va a pasar por pruebas muy duras, lo digo por su aspecto, completamente embutida en papel transparente para soportar los duros baqueteos que mi agradable abuela le da durante el camino de regreso a casa. Esta parece un experimento de la NASA cuando abandona las manos de su dueña, en otras palabras, no se sabe si lo que lleva dentro es una estupenda comida casera o material radioactivo. Por supuesto la odisea empieza ahora, como quien no quiere la cosa, abre la tapa del carro, coloca su nueva adquisición a unos cinco centímetros de altura y Puff…. Se escucha como cae hacia el interior del mismo.

- ¡Mamá! – grita la Pepa al ver eso (parece que después de tantos años no se le ha curado el espanto al ver día tras día la misma escena)

¡Burra! – pensaréis todos. - ¡No! Natural como la vida misma. Pero esta mujer tiene otras peculiaridades, por ejemplo ha inventado su propio deporte de riesgo, el carring, si señores. Las únicas condiciones son, tener más de 60 años (chispa más o menos, tampoco quiero poner limitaciones), ropa cómoda y gafas oscuras, para no ver por dónde pisas. Lo de los zapatos lo dejo al gusto del consumidor. Como requisito imprescindible, el carro de la compra, si está lleno hasta los topes, ¡mejor! Ahora hablaremos del terreno, este requiere una altura mínima de entre 7 y 10 escalones, más o menos. Y ahí va nuestra ganadora, colocándose al borde del portal, se abrocha la rebeca para no enganchársela, mira al frente y deja caer su cesta con ruedas, sin soltarla, creando emoción, casi a la misma vez que el carro. Una caída perfecta señores, se atusa el pelo y continúa como sino hubiera pasado nada, dejando tras de sí un embriagante olor a colonia.

- Pues no te lo podrás creer, pero las ruedas del carro están dobladas – me comenta mi abuela mientras paseamos.

Lo cierto es que lo verdaderamente asombroso es que estén en su sitio, pienso mientras noto como una mano me achucha para que cruce un paso de cebra mientras el profesor, que enseña al estudiante de la autoescuela, da un frenazo bruco con tal de que no le de un beso al morro del coche. Lo siento – hago con la mano mientras mi abuela toma carrerilla agarrándome del brazo. Uf – pienso para mí misma. – Menos mal que no llevaba puesta una falda, sino su mano hubiera ido directamente a levantar la tela.

Es un coche de autoescuela – me dice. – Tienen que parar en todos los pasos de cebra. En esos momentos pienso si tráfico le paga un plus, mientras nos dirigimos a nuestro objetivo. Esta mujer tan variopinta, con un alma de una niña de 20 años, ronda más del medio siglo (unos treinta años más, pero como es mujer no se puede decir exactamente cuantos cumple) Madre devota, cotilla por excelencia, acalorada desde que la conozco, de eso hace ya unos 26 años, su perrerías empezaron desde muy pronto, poco puedo deciros de su infancia, pero si de alguna que otra trastada cuando era madre. Así, como quien no quiere la cosa la tercera de sus hijas dormía con una media en la cabeza para que no le cortara los pelos, a la segunda de ellas le dislocó un volvió a recolocar un hombro tras ponerle la manga del jersey (es que era más fácil si el brazo estaba suelto), a la mayor le hacía llorar todas las mañanas, antes de salir a la calle para que se le callera el maquillaje (a ella no le gustaba, ¡qué le vamos a hacer!), la antepenúltima luce una preciosa cicatriz fruto de un incidente mezcla de mi abuela y una pinzas de depilar, la chica, no iba a ser menos, ¿veis la sonrisa que siempre luce?, no es por casualidad, son años y años de sufrir tremendo tirones de pelo debido a una coleta bien tirante, fruto de que mi abuela quería que la niña tuviera la cara más redondita. Sin embargo, no todo el que la rodeaba era beneficiario de su invención, ella misma también ha sufrido sus propias consecuencias, por ejemplo el quitarse la una urticaria a base de esponja de esparto y agua bien caliente, los refregones podían escucharse desde el otro lado de la puerta. Una vez se rompió un brazo, ¿un incidente fortuito? ¡Que va! Su insistente manía (ahora ya no la tiene) de pisar todo lo que encontraba por la calle, la llevó hasta su última consecuencia, lo peor de todo no fue el mes y pico (no puedo decir exactamente cuanto fue) que pasó con esa escayola desde la muñeca hasta el brazo. Ella se olvidaba de que la llevaba puesta y ¡ahí de nosotros! Pobrecitos todos los que osábamos acercarnos a ella, teníamos golpes de la escayola hasta en las piernas, ya que, como todos sabemos, sus movimientos no son suaves como una pluma. Y es que todo lo que inventa o pasa por su mente es igual, pero no por ello es menos adorable.

Como hay más personajes en esta historia tampoco van a salir indemnes, sus nietos, sin contar conmigo, por supuesto (de la que ya conocéis algunas historias) han sufrido pinchazos de sus alfileres al cogerle los bajos de los pantalones o cuando nos hacía un traje y que se moviera el que fuera valiente, que se iba a enterar. A alguno de los varones le pilló cierto miembro con la cremallera del pantalón al arreglárselo, cosas de mi abuela, no se dio cuenta de que estaba ahí.
Las dos nietas que me siguen, alucinaban en colores cada vez que mi abuela se sacaba la dentadura postiza adelantando sus dientes inferiores, ellas querían hacerlo igual, aunque la más pequeña de ellas siga en el intento de conseguirlo.

Persona que se jacta de ser la mejor embustera de la familia, a sus dos hijas mayores las puso en una sola noche, rubias. ¿Que cómo lo hizo? Fácil, compró un bote da gua oxigenada y las embadurnó con ella, le gustaban las niñas rubias, ¡qué le vamos ha hacer! Otras veces llenaba los plásticos antiguos de leche con aire, sellaba el pico por donde había sacado el líquido y lo metía en el frigorífico, haber quién picaba. Por supuesto la respuesta no se hacía mucho de rogar. Rosquillas quemadas por toda la casa, acompañaban este cuadro tan singular, podías encontrártelas en la tapa del wáter, debajo de las almohadas, en los cojines, encima del escritorio, y es que cualquier sitio era bueno para tenerlas guardadas menos en el escritorio.

A parte de eso siempre ha tenido una buena mano para la cocina, pero de la mala. Esta señora tan curiosa, con un don especial para las manualidades, es la única persona que puede quemar una gelatina. No queráis ni pensar que puede pasar cuando hace algo con aceite, el color negro o marrón oscuro, tirando a chamuscado, es un signo inequívoco de que ha pasado por sus manos. Eso si, el puchero le sale de muerte, pero no penséis que te lo pone en un plato como a todo el mundo, no, eso sería demasiado para ella. Los hace cubitos de hielo y los mete en bolsas, su medida, doce cubitos de puchero son una taza para calentar. Espero que no se lo eche a un cubata.

Pensáis que alguno de los presentes se ha librado de ella, no, estáis muy equivocados. Sus yernos han tenido que pintar la casa familiar antes de llevarse a sus hijas. Y es que sus señales están por todas partes, más de las que pensáis, después dicen a quién he salido, a mi abuela, ¿a quién sino? ¿De dónde iba a sacar entonces tanta imaginación?


Feliz cumpleaños abuela.
(No está basado en hechos rales, lo son al cien por cien)

4 comentarios:

sangreybesos dijo...

Tú dirás lo que quieras, pero lo del puchero en cubitos es todo un hallazgo!

Silderia dijo...

A ti por lo menos te encanta. A ver si una noche de estas se lo echas a los mohitos por equivocación

Unknown dijo...

cubatas con puchero... hmmm... interesante.

Yo hasta tanto no llego, me he quedado en las galletas príncipe metidas en zumo de piña, o de melocoton y uva en su defecto. Y estaba hasta bueno ^^

Un saludo

Silderia dijo...

Todos hemos hecho cosas así de pequeños, pero yo sigo y mi abuela también. Eso es lo maravilloso de ella, que continúa imaginando como cuando era una niña. Aunque de buena no tenía nada.