ELABORAR UNA IDENTIDAD ES UN PRIVILEGIO QUE SÓLO EJERCEN AQUELLOS QUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE ELEGIR Y QUE LUEGO MANTIENEN EL ESFUERZO DE PENSAR.




20 de febrero de 2009

GORROS CARMESÍ. (IV)

¿A QUÉ SABEN LAS ALAS DE UN ÁNGEL?

Aquella iba a ser su noche, ya había conversado bastante. Su víctima se planteaba aún más enigmática de lo que era en un principio, sus conversaciones, vacías en apariencia, ocultaban un rico mundo interior que no podía ocultar, sabía más de lo que intentaba enseñar. A pesar de todo, parecía que no conocía otra vida lejos de aquel antro, de vida nocturna y con pocos amigos, se encerraba en aquellas paredes sin dar signo alguno de vida cuando el sol aparecía por el horizonte, algunos movimientos se veían a través de las ventanas cubiertas con telas opacas.



En cambio, sus ojos, parecían ver mucho más allá de lo que cualquier mortal pudiera desear. Estaban cansados de forzarse por la luz de los focos y ansiaban un atisbo de libertad, expresivos y grandes, era muy difícil mantener la mirada. Tenía poca información sobre ella, no sabía como iba a reaccionar ante ciertas circunstancias, a pesar de todo, el hambre por el alma de aquella pequeña niña desvalida, le hacia acelerarse cada vez más. En otros tiempos, con otras chicas, ya había perpetrado su plan. Sin embargo, los conocimientos a cerca de ella, eran casi tan escasos como al principio. Era reservada, no hablaba de su vida íntima jamás, cierto era que él era un extraño más de los muchos que se le acercaban noche tras noche, pero esta vez era ella la que había dado el primer paso, algo tenía que interesarle. Al menos, eso parecía. Espectáculo tras espectáculo miraba por toda la sala para buscar a su caballero, este, amablemente, reservaba una silla a su lado y pedía una copa justo antes de que llegara. Compartían la velada y, a la misma hora de siempre, bien entrada la madrugada, se iba sin dejar un solo rastro. Nunca le dio el teléfono, una dirección, o cualquier otra seña que pudiera indicarle dónde vivía, la única veraciada, que podía considerar, eran los días de la semana que descansaba, ocasión que él aprovechaba para vigilarla por su barrio. quería conocer su forma de moverse cuando no tenía que ira a trabajar. Sin embargo, esta no difería mucho de su vida laboral.

Deseaba tanto tocar su pelo, rozar sus labios con la yema de sus dedos, apretar su cuello. Miles de veces se había imaginado el cuadro que tenía reservado para ella, ya tenía el lugar donde dejar su cuerpo, era un sitio especial. Los árboles cantaban dulces melodías cuando el aire pasaba entre sus ramas, el césped era verde y miles de flores rojas decoraban los alrededores. Era perfecto para un cuerpo tan bonito como el suyo.

Como siempre, acudió a su cita, allí estaba aquella visera blanca que escondía un rostro perfecto, sus labios pronunciaban aquella preciosa melodía que escapaba de su garganta y, como de costumbre, tomó asiento al lado de su caballero. Conversaban por unas horas y luego, tras unas risas y alguna que otra insinuación, se despedían hasta el día siguiente. Pero esta vez no, nadie la echaría de menos, por lo menos en unos cuantos días. No tendría que volver a aquel antro hasta la semana siguiente y, esa era su oportunidad. Salió al aparcamiento y allí, a lo lejos, cubierto por las sombras, un bonito coche con una margarita azul, reposaba al amparo de unos arbustos mal podados. Vigilaba cada paso que daba, no quería que nadie le viera acercarse, sigilosamente se agachó unos coches antes y pinchó las ruedas del vehículo de su víctima. Ahora no podría llegar a casa. Como si no hubiera roto un plato en su vida, se colocó en un punto estratégico y aguardó a que todos salieran. Una hora más tarde, el aparcamiento estaba desierto, en casi completa oscuridad y cubierto por miles de ruidos. Este sólo era acompañado por el llanto de una chica, melodioso y frustrado por no poder llegar a casa.

Allí estaba, sentada en el asiento del pasajero, con la puerta abierta y llorando desesperadamente. Sus medias, rotas tras posarse en el suelo, dejaban ver una piel blanca y brillante, sus mechones caían ocultando las manos que, como delicadas cortinas, limpiaban las lágrimas derramadas por aquella criatura.

- Te llevo a casa – dijo aquel extraño a su víctima mientras le tendía la mano.


Ni una palabra, sólo levantó la vista sonriendo al ver que era él, cogió su mano y lo acompañó hasta el asiento de su coche. No le dio ninguna dirección, ni siquiera habló, simplemente se acomodó y cerró los ojos, estaba muy cansada.
- Te llevaré a comer algo – le dijo de nuevo su conductor improvisado.


De nuevo no hubo respuesta, se dejó llevar por las circunstancias. No podía creer lo que estaba pasando, otras chicas se habían echo más de rogar, aunque en su largo recorrido de víctimas, había visto casi de todo. Aquel ángel falto de cariño, prefería pasar la noche con un extraño antes que sola, lo sabía, se lo había dado a entender muchas veces, pero no podía creerse que fuera con él. Cierto es que en aquellos lugares y viendo su vida, no le extrañaba mucho. Por ello tomó camino directo hacia su guarida, una casa situada en las afueras de la ciudad.

Tras más de media hora conduciendo, apareció de entre los árboles. Era de tamaño mediano, pintada con colores oscuros y muy alejada de cualquier lugar habitado. Desde allí nadie la escucharía, no había salida. Sin embargo, no le importó, por lo menos, eso parecía. Una mano cortés le invitó a pasar al interior, aquella noche la dejaría descansar y jugaría un poco con ella antes de hacer nada. La puerta giró sus bisagras tras su amo. Al otro lado, una gran mesa repleta de manjares se postraba ante ella.

3 comentarios:

sangreybesos dijo...

Es un amante planeando la velada perfecta... Me encanta el detalle del lugar elegido para ella.

Silderia dijo...

Una velada tétrica con un final incierto, perfecto para una noche de infarto

Melvin de Gats dijo...

De infarto, ciertamente jeje