Cuando crezca voy
a ser…
Esta frase la hemos dicho todos, yo quería
ser veterinaria, periodista o estudiar bellas artes, pero sólo uno de estas metas
se cumplió en parte, ya que mi profesión está muy lejos de parecerse a un
médico de animales, un informador o una artista. No me ha ido mal, de veterinaria
improvisada he hecho algunas veces con mis mascotas y con las de los demás, y
no con malos resultados, podría decirse; de periodista, ¡bueno!, podría decir
que me quité el gusanillo hace mucho tiempo y que es un mundo fascinante. ¿Y de
la profesión de bellas artes? Hago mis pinitos con la pintura y la escultura,
modelo y creo algunas cosas, pero nada más, simplemente es algo que me ha
fascinado desde pequeña y que no me dejaron hacer por diversos motivos (entre
ellos era la típica frase de padres de: “eso no tiene futuro”.)
Aunque no se puede decir que sea una
insatisfecha con lo que hago, todo lo contrario. Sin embargo, llega un momento
en que te paras a pensar qué demonios has hecho con tu vida y qué ha pasado
para llegar al punto donde te encuentras. Me prometieron que si estudiaba el
día de mañana tendría un buen coche, una casa grande, una familia perfecta, un
sueldo estupendo y, lo más importante, un trabajo garantizado de por vida (y
yo, junto con otros millones de niños y niñas de mi generación, nos lo creímos).
Y la cosa pintaba aún mejor, no llegaríamos a los treinta años, antes de
conseguir todos estos objetivos.
Bonitas promesas las que nos hacían ¿verdad?
Nos enseñaron a sembrar hoy para recoger mañana. Todo esto se tradujo, en mi
caso, en unas maratones diarias entre el colegio, el conservatorio (sólo fui
unos meses, no me gustaba), las clases de pintura (eso si que lo aprovechaba),
de baile, el karate, las clases de idiomas
y las miles de horas encerrada entre las cuatro paredes de mi cuarto
para hacer los deberes y memorizar nombres de ríos, afluentes, provincias, siglos,
reyes, acontecimientos, etc. Todo ello mezclado con la insufrible catequesis de
los viernes, momento que disfrutaba porque era el único día de la semana que
podía jugar un rato y si soy sincera, las hubiera cambiado por cualquier otra
cosa con tal de no aguantar a la ex - monja que nos la daba.
Soltera, casada,
viuda o rica.
Ha pasado el tiempo, ya no soy una chiquilla
ingenua, pero tampoco soy la más avispada de este mundo, sin embargo, tengo las
suficientes miras para comprobar que nada de esto se ha cumplido. No tengo un
trabajo de por vida, un sueldo bien remunerado que me permita vivir con desahogo,
una casa grande (de todas formas es mucho que limpiar) o un buen coche (lo
cierto es que no me gusta conducir, aunque tengo el carnet), lo de la familia
perfecta tienes que buscarlo tú, no depende de tus logros laborales, pero de
algo puedo estar muy segura, mi título universitario está criando polvo dentro
de su forro.
Esto podría suponer un déficit en mi
autoestima y la caída inevitable en una tremenda depresión, como le ha supuesto
a muchas y muchos como yo, pero me ha supuesto otras cosas, el pararme a pensar
lo que he conseguido y lo que soy, detener el mundo y darme cuenta que muchas
de las cosas que he hecho o logrado no han sido por motus propio, sino porque a
mis padres les convencieron que me vendría muy bien para el futuro (fijaros si
me ha venido bien que tengo un currículum de tres páginas y media sólo en
estudios. De la experiencia laboral, mejor no hablemos), aunque historiales
como el mío habrá miles.
¡Soy una campeona! No he obtenido los
resultados deseados, pero eso no me quita mérito, nadie puede negarme mis metas
logradas, mis horas de estudios, las lágrimas que he soltado por el camino, las
horas sin dormir que jamás recuperaré, los codos resecos de tanto hincarlos
sobre el escritorio, los millones de folios escritos, los litros y litros de
café a altas horas de la madrugada para mantenerse despierto, el no haber
salido o saber qué era una noche de fiesta hasta que no fui bastante mayor, la
subida de la miopía y los dolores tremendos de cabeza y de ojos delante de un
folio donde las palabras se arremolinaban, eso no puede negarme nadie que lo he
hecho. Por eso no puedo pensar que he perdido, porque logrado todo aquello que
me propuse y más todavía, porque hice lo que se suponía que debía haber hecho
en aquel tiempo. Que subsisto de mala manera negándome a irme de mi país, si
cierto (eso ha sido mi decisión.)
Ahora me toca a mí
decidir.
Si este no es el momento ¿cuándo lo será?
Nunca, esa es mi respuesta cada vez que me hago esta pregunta. Me enseñaron a
ser buena, callada y obediente, porque era lo correcto en esos momentos, lo
malo es que vengo de un lugar donde también me enseñaron a pensar.
La parte oscura de tener mucho tiempo libre
es que te paras a pensar (otros a recrearse en sus propias miserias), miras
hacia atrás y ves como lo que te habían prometido no se ha cumplido. Ahí es
dónde te paras a memorizar lo qué has hecho. Vi como era todo lo que mis padres
querían que fuera, pero no lo que yo deseaba ser, la decisión fue fácil, aunque
no el camino a seguir, ahora tendría que pelear contra viento y marea para
conseguirlo, y esto implicaba cambiar partes de mi educación, aquellas que
tendría que identificar, destruir y remodelar desde cero. Tendría que luchar
por conseguir unas nuevas metas y vivir con las consecuencias de los actos que
había decidido.
Ahora si sé lo que voy a ser de mayor, voy a
convertirme en artista, escritora de textos inéditos, escultora de sueños y voy
a tirar abajo todo aquello que me inculcaron y que no me gusta, para volver a
renacer de las cenizas. Es difícil, pero tengo tiempo, el suficiente hasta que
encuentre un trabajo que me tenga lo bastante ocupada y me deje lo
suficientemente cansada para no luchar, acomodarme y no me deje ganas de
pensar.
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