ELABORAR UNA IDENTIDAD ES UN PRIVILEGIO QUE SÓLO EJERCEN AQUELLOS QUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE ELEGIR Y QUE LUEGO MANTIENEN EL ESFUERZO DE PENSAR.




24 de enero de 2011

CIEN MIL ALMAS PARA CIEN MANOS.

Aquella reliquia se había perdido en los caminos de las memorias antiguas. Algo en su recorrido había hecho olvidar a todos que existía y para qué se había creado tanto poder. Seguramente sólo algún que otro incauto podría rememorar las peripecias que había vivido.

Sin embargo, allí estaba, acoplada a su nueva vida y sin a penas muescas del tiempo pasado por sus láminas de papel. Era fina y lisa, su tacto era como el de la piel de un recién nacido y sus dibujos, estaban realizados con tinturas ocultas en las entrañas de la tierra. Aún conservaba aquellos brillantes colores. Se decía que los había realizado un esclavo sin raza, al que se le habían amputado los brazos a la altura de los hombros y las piernas, de las que sólo quedaban unos pequeños resquicios de lo que fueron.

En una oscura cueva, con una pequeña antorcha, sujetaba un pincel de hueso tallado y acabado con pelo humano, realizaba su titánica tarea. La saliva goteaba de entre la comisura de sus labios mientras realizaba tal esfuerzo. ¡Imposible!, podrían decir algunos, pero las cosas que salen del mismo infierno no han sido realizadas sin sufrimiento humano.

Este hombre, sin color ni procedencia definida, había ofrecido sus servicios al mismo príncipe de las tinieblas con el fin de conservar su alma intacta. A cambio, una pequeña tarea a realizar sólo por alguien que ha sufrido mil tormentos y ha sobrevivido a ellos, no sin perder parte de su humanidad en el intento por conservar el aliento divino.

Y así se hizo, su alma se conservó intacta, pero no así su cuerpo. Al acabar de cubrir el último trozo de la reliquia, su cuerpo fue disuelto por miles de libélulas hambrientas, con alas inyectadas en sangre y mandíbulas desorbitadas. Minutos después del ataque, tan sólo quedó una luz tenue y pesada, que marcaba el lugar donde había caído el pincel y el caballete de piedra donde había sido forjada la maldad.

Sin embargo, cómo había salido aquello de las entrañas de la tierra que hace límite con el mismo centro del infierno y la tierra, era un auténtico misterio. Pero… allí estaba, reluciente como el primer día, con un alma ennegrecida con su interior.
El as de corazones se integraba perfectamente en el interior de cualquier baraja, hacía ganar a su portador y daba suerte a todo aquel que osaba colarla para propósitos poco honestos.

- ¡Ganar dinero! – era lo único que corría por la mente de aquel chico perdido por la ambición y el poder.

Famoso en todo el círculo de jugadores, se había ganado su mote de “mano de oro”, por no haber perdido una sola partida desde su inicio y haber desvalijado las bancas de los mejores casinos del país.

Colaba la carta sin que nadie lo viera y esta hacía sola su trabajo. Después, tras alejarse con los bolsillos llenos de dinero y haber sido expulsado a patadas de más de un lugar, la pieza aparecía sin más en el interior de su bolsillo con algunos trozos de otras cartas. Parecía que había tenido una batalla encarnizada con sus iguales, pero eso no le importaba mucho. Ganaba lo suficiente para llevar una vida a todo tren y nada más. Ni siquiera se cuestionaba la más mínima incógnita sobre ello.

Una noche, harto de buscar algún lugar donde no tuviera prohibida la entrada, un señor no muy amable le invitó bruscamente a participar en una partida clandestina.

- ¡Pasa! – dijo una figura a contra luz tras una mesa de color verde -. Me han dicho que eres el mejor en esto – una mano salió de entre las sombras para hacer un gesto cortés que le invitaba a sentarse.

- No lo sé - respondió el chico -. Yo solo juego y gano – se encogió de hombros, con las manos metida en los bolsillos, acariciando suavemente la carta con el dedo pulgar.

- Te ofrezco un trato – dijo la voz ronca que estaba al otro lado de la estancia -. Te reto a una partida. Si ganas, te doy mi imperio. Pero…. – dio una calada a un puro mal oliente – Si pierdes, perderás tu vida – de pronto una cara apareció a la luz -. No me gusta que desplumen mis negocios.

- De… de,de acuerdo – dijo con un temor fingido.

La partida empezó inmediatamente, las apuestas eran altas. Grandes cantidades de dinero iban y venían por la mesa sin que nadie abriera la boca por ver cómo el equivalente a una mansión de lujo, un yate o demás lujos estrafalarios, cambiaban de dueño tan rápidamente.

El jefe estaba nervioso, demasiado. Era su última oportunidad para ganar, se había jugado el imperio completo mano tras mano, ya que no se resistía a la idea de perder y el chico a la de tener una vida llena de lujos en unas cuantas horas. Los ruegos de aquel gánster iban siendo concedidos conforme iba perediendo una mano detrás de otra.

- Una más – decía aquel hombre confuso por lo que estaba viendo.

- De acuerdo – contestaba aquel joven -. Quiero tu mansión.

Helios apareció por el horizonte cuando las lágrimas salían desde los ojos de aquel viejo hombre, lleno de desesperación, pero con la idea de convertirlo en una estatua de cemento al ver cómo su último casino salía de entre sus manos yendo a parar la propiedad de un don nadie, del que sólo se le conocía por su gran suerte en el juego.

- Ya no voy a más – dijo el jefe con un gran sudor frío en la espalda y las manos temblorosas.

- ¡Cien! - dijo el muchacho sin hacer caso a lo que estaba escuchando.
- ¿Cómo?

- Que en cien manos me he quedado con todo lo suyo – dijo el muchacho sin mirar las castas que le habían tocado.

Dio la vuelta a su mano, una mano vencedora, por centenaria vez en la noche, con el sol como testigo y un viejo desplumado enfrente de sí. Una por una daba las vueltas a las cartas y estas iban a pareciendo.

Al llegar a la última de ellas, esta descubrió su secreto justo cuando la última partícula, de la que estaba compuesta, tocó el tapete verde. Un halo de luz negra se descubrió frente a los presentes llevándose consigo dos almas por el precio de una. Ni un simple grito surgió de lo acontecido.

Tras ellos, el silencio, seguido de unos pasos que abrieron la gran puerta blindada que traía noticias sobre algún que otro negocio.

Sólo el polvo en los rayos de sol, jugaba a deslizarse por el aire en aquel lugar. La mesa estaba recogida y una carta en particular que se desmarcaba del resto con un brillo singular.

Mientras tanto, en algún lugar del infierno, un ser de raza indefinida sin brazos ni piernas, se arrastraba, con sus dientes puntiagudos y rotos, hacia los pies del ángel negro que vigila todo lo que pasa en las profundidades ardientes.

- Has vuelto Amut – dijo una voz salid de alguna parte de la rocosa montaña hirviente.

- Si mi señor – le contestó su fiel sirviente mientras las gotas de sangre recorrían su boca -. Cien mil almas señor…

- Ahora podrás renacer como lo que eres – le responde su rey mientras el cuerpo de su esclavo comenzaba a arder entre llamas verdes.

2 comentarios:

sangreybesos dijo...

¡Bravo! Pactos luciferinos y timbas de póker, gran mezcla.

Silderia dijo...

Me alegro de que te guste amor.