Aquella casa, tan bonita y llena de vida,
ahora está vacía, completamente adornada y decorada, perfecta, pero vacía.
Cuando la encontré me llamaba a gritos, cada ventana sin cristales, cada puerta
sellada, cada agujero en su fachada, decía mi nombre, me pedía ayuda.
La primera noche casi no pude conciliar el
sueño de la emoción, estaba tan excitada por todo el trabajo que tenía por
hacer que no me paré a pensar. Entonces ocurrió; los sueños llenos de símbolos
extraños y las sombras comenzaron a surgir uno detrás de otro, a veces mi
cuerpo flotaba encima de la cocina, desde donde una horda de gusanos babosos
intentaba arrancar trozos de mi carne con sus mandíbulas. Entonces lo supe,
allí estaba la primera tarea por realizar.
Cinco meses enteros tardé en recomponer
aquella habitación, donde una vez olía a galletas recién hechas y la gente se
reunía en la mesa para compartir el asado, acompañado todo de una buena
conversación y risas aderezadas por el vino.
Tras dos días de sueños, las sillas rotas del
salón y las cortinas polvorientas de aquella estancia comenzaron a zumbar como
abejas, encendían televisiones imaginarias y el polvo tomaba formas
espectrales. Estaba todo muy claro, volvíamos a la carga. Así, habitación por
habitación, la casa encantada que una vez no obtuvo paz volvió a tener un
encanto resplandeciente.
-¡Buen trabajo! –me decía mi socio.
Mi tarea era simple por aquel entonces,
buscaba caserones casi en ruinas, pasaba un par de noche antes de que mis
sueños me hablaran, las restauraba y emparedaba ciertos artilugios, que nadie
encontraría nunca, para alejar todo lo que me provocaba aquello. Hasta era
capaz de reconocer a los futuros dueños cuando entraban por la puerta.
Una vez incluso compré mi propia casa. Aquello
fue una locura, un pequeño caserón donde no me hacía falta cerrar los ojos para
ver si de verdad era o no lo que buscaba. Esta vez no tuve que convencer al
dueño para que me dejara pasar una noche en aquel lugar y decirle al día
siguiente si me la quedaba o no. Fue fantástico, las paredes rezumaban palabras
que no estaban allí, las sombras se movían de un lugar a otro y me encontraba
muy cómoda entre aquellos ladrillos rotos que conformaban las habitaciones.
¡Fantástica! Tras dos años de obras lo
conseguí, una preciosa casa de estilo colonial digna de mi persona, por lo
menos esos pensaba.
Nunca imaginé que todo se volvería tan monótono.
Los sueños me abandonaron y las pantallas en negro volvieron a ser algo
cotidiano en mi vida. Todo se volvió tedioso y aburrido; en aquella casa me
cuidé mucho de no colocar muchos objetos mágicos ni amuletos, para poder seguir
descansando en paz.
Sin embargo, mis precauciones no funcionaron,
me aburrí al cabo del tiempo. A los dos años conocí a mi pareja y entonces fue
cuando todo acabó de repente. Ningún ser translúcido me esperaba tras las
ventanas al llegar a casa, las polillas solo eran eso, insectos que se
acercaban a la luz, los pasillos solo eran caminos largos y oscuros que no
escondían nada, y mis sueños se volvieron vacíos, a veces algún que otro color
chillón y sueños normales como esos en los que flotas o sueñas con que comes
carne mechada.
Una tarde, debido a que las parejas
evolucionan en sus ambiciones, decidimos ir a buscar una casa. Esta vez la
encargada de la venta era otra persona:
-Pasen –decía la vendedora-. Podrán ver que
tiene mucha luz y es bastante amplia –aquel comentario me provocó un amplio
bostezo.
-¿Qué hay en esa habitación? –dije antes de
que aquella cotorra diera un salto directo a la cocina.
-Nada de especial, es solo un cuarto más –se
apresuró a colocarse frente a mi -. Ahora mismo los dueños lo están usando de
almacén y está tan saturado que no se puede entrar dentro, por eso no se lo
enseño –dijo con un tono que parecía más bien rogar que afirmar.
Abrí la puerta, no puede evitarlo, quería
saber qué tipo de persona vivía en aquel lugar y por qué estaban deseando
quitárselo de en medio tan rápidamente. La casa estaba muy por debajo de su precio
de tasación y, sin embargo, llevaba meses en el mercado. Algo pasaba y tenía
que ver con lo que había en aquel cuarto, o no. Pero mi curiosidad era
demasiado grande.
El chirrido de la madera hizo que me dolieran
los oídos, mi pareja mostró una mueca de dolor antes de que esta hubiera cedido
unos centímetros.
-Creo que esta habitación no la usan mucho
¿verdad? –le comenté a la vendedora mientras mostraba una risa incómoda.
-Y… ¿esto? – dijo la persona con la que había
decidido compartir mi vida-. ¿Qué demonios se supone que es?
Levantó una especie de escultura hecha de
forja con un gato posado sobre una base de cristales coloreados. La mirada de
aquel felino era espeluznante, parecía que te atravesaba el alma, a pesar de
solo poseer dos agujeros en vez de ojos.
-Son cosas de los antiguos dueños –dijo la
vendedora-. Baratijas sin ningún valor que seguramente guardaron aquí.
Seguidamente abandonamos la habitación.
Al fondo del pasillo una muñeca vestida con
un camisón antiguo, rubia y de ojos azules, venía en nuestra búsqueda. No era
un sueño y, mucho menos, una aparición unipersonal de las mías. Pude notarlo en
la cara de mis dos acompañantes.
El pasillo se alargó, el techo bajó hasta
casi rozarme la cabeza y las paredes se acercaron unas a otras mientras aquella
cosa se acercaba a mí pidiendo un abrazo. Hice que aquellas dos masas
temblorosas de carne se metieran de nuevo en la habitación, por desgracia la
cerraron antes de que pudiera pasar con ellos al otro lado.
-¡Pues nada! –me dije a mí misma-. Tocar
correr.
Y eso hice, corrí y corrí, pero avanzaba lo
mismo que cuando se hace ejercicio en una bicicleta estática.
-¡Maldita muñeca! –pensé en voz alta mientras
me daba la vuelta para mirar sus lindas facciones -. Y uno… dos … tres… -eso
fue lo que tardó en levantar los brazos como si estuviera sonámbula y empezar a
realizar ruiditos extraños.
No tuve más remedio, la cogí por el brazo y
comencé a golpearla con todas mis fuerzas, calculaba la distancia entre su
cabeza y el picaporte de la puerta, el techo tampoco estaba muy alto, lo cierto
es que me había hecho un gran favor cambiando las dimensiones del pasillo en un
intento por asustarme.
Mis gritos del esfuerzo se escuchaban por
toda la casa, aquel camisón casi inerte no paraba de salpicar sangre cada vez
que daba en el blanco.
-¿Te encuentras bien, cielo? –escuchaba como
en murmullos al otro lado de la puerta, ya que los chillidos de la condenada
vendedora y de la muñeca no me dejaban oír con claridad.
-¡Sí, cariño! –respondí con esfuerzo-. Pero
la jodía no quiere morirse –en ese momento su brazo cedió a la altura del hombro
y fue a parar al suelo-. Creo que… -aquel bicho volvió a gruñir-. ¡Espera un
momento, todavía no he terminado!
Antes de que se pudiera poner en pie, la cogí
por el tobillo y volví a comenzar con los mismos vaivenes de antes, solo que
esta vez decidí cambiar de objetivo, en vez de darle contra el pomo de las
puertas, la golpeaba reiteradamente con el techo y el suelo. Al cabo de unos
golpes más desapareció.
-¡Ya podéis salir! –grité quitándome la
sangre de la cara.
-Deberías descansar antes de irnos, amor – me
dijo mientras me ayudaba a incorporarme-. Has acabado un poco agotada.
-¿¡Un poco!? –jadeaba mientras intentaba
coger aliento-. Hacía tiempo que no me daba una paliza así –le sonreía mientras
me quitaba una mancha de la cara-. Te quiero –le dije mientras le daba un beso.
Entre tanto una sombra vestida con un
uniforme verde caqui intentaba que no se le notara que ella y la muñeca eran
familia.
-¡Espere! –le dije mientras se quitaba el
exceso de rímel de la cara-. ¡Nos la quedamos! -dijimos al unísono.
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