ELABORAR UNA IDENTIDAD ES UN PRIVILEGIO QUE SÓLO EJERCEN AQUELLOS QUE TIENEN LA POSIBILIDAD DE ELEGIR Y QUE LUEGO MANTIENEN EL ESFUERZO DE PENSAR.




30 de julio de 2016

CASA EN VENTA

Aquella casa, tan bonita y llena de vida, ahora está vacía, completamente adornada y decorada, perfecta, pero vacía. Cuando la encontré me llamaba a gritos, cada ventana sin cristales, cada puerta sellada, cada agujero en su fachada, decía mi nombre, me pedía ayuda.

La primera noche casi no pude conciliar el sueño de la emoción, estaba tan excitada por todo el trabajo que tenía por hacer que no me paré a pensar. Entonces ocurrió; los sueños llenos de símbolos extraños y las sombras comenzaron a surgir uno detrás de otro, a veces mi cuerpo flotaba encima de la cocina, desde donde una horda de gusanos babosos intentaba arrancar trozos de mi carne con sus mandíbulas. Entonces lo supe, allí estaba la primera tarea por realizar.

Cinco meses enteros tardé en recomponer aquella habitación, donde una vez olía a galletas recién hechas y la gente se reunía en la mesa para compartir el asado, acompañado todo de una buena conversación y risas aderezadas por el vino.

Tras dos días de sueños, las sillas rotas del salón y las cortinas polvorientas de aquella estancia comenzaron a zumbar como abejas, encendían televisiones imaginarias y el polvo tomaba formas espectrales. Estaba todo muy claro, volvíamos a la carga. Así, habitación por habitación, la casa encantada que una vez no obtuvo paz volvió a tener un encanto resplandeciente.

-¡Buen trabajo! –me decía mi socio.

Mi tarea era simple por aquel entonces, buscaba caserones casi en ruinas, pasaba un par de noche antes de que mis sueños me hablaran, las restauraba y emparedaba ciertos artilugios, que nadie encontraría nunca, para alejar todo lo que me provocaba aquello. Hasta era capaz de reconocer a los futuros dueños cuando entraban por la puerta.

Una vez incluso compré mi propia casa. Aquello fue una locura, un pequeño caserón donde no me hacía falta cerrar los ojos para ver si de verdad era o no lo que buscaba. Esta vez no tuve que convencer al dueño para que me dejara pasar una noche en aquel lugar y decirle al día siguiente si me la quedaba o no. Fue fantástico, las paredes rezumaban palabras que no estaban allí, las sombras se movían de un lugar a otro y me encontraba muy cómoda entre aquellos ladrillos rotos que conformaban las habitaciones.

¡Fantástica! Tras dos años de obras lo conseguí, una preciosa casa de estilo colonial digna de mi persona, por lo menos esos pensaba.

Nunca imaginé que todo se volvería tan monótono. Los sueños me abandonaron y las pantallas en negro volvieron a ser algo cotidiano en mi vida. Todo se volvió tedioso y aburrido; en aquella casa me cuidé mucho de no colocar muchos objetos mágicos ni amuletos, para poder seguir descansando en paz.

Sin embargo, mis precauciones no funcionaron, me aburrí al cabo del tiempo. A los dos años conocí a mi pareja y entonces fue cuando todo acabó de repente. Ningún ser translúcido me esperaba tras las ventanas al llegar a casa, las polillas solo eran eso, insectos que se acercaban a la luz, los pasillos solo eran caminos largos y oscuros que no escondían nada, y mis sueños se volvieron vacíos, a veces algún que otro color chillón y sueños normales como esos en los que flotas o sueñas con que comes carne mechada.

Una tarde, debido a que las parejas evolucionan en sus ambiciones, decidimos ir a buscar una casa. Esta vez la encargada de la venta era otra persona:

-Pasen –decía la vendedora-. Podrán ver que tiene mucha luz y es bastante amplia –aquel comentario me provocó un amplio bostezo.

-¿Qué hay en esa habitación? –dije antes de que aquella cotorra diera un salto directo a la cocina.

-Nada de especial, es solo un cuarto más –se apresuró a colocarse frente a mi -. Ahora mismo los dueños lo están usando de almacén y está tan saturado que no se puede entrar dentro, por eso no se lo enseño –dijo con un tono que parecía más bien rogar que afirmar.

Abrí la puerta, no puede evitarlo, quería saber qué tipo de persona vivía en aquel lugar y por qué estaban deseando quitárselo de en medio tan rápidamente. La casa estaba muy por debajo de su precio de tasación y, sin embargo, llevaba meses en el mercado. Algo pasaba y tenía que ver con lo que había en aquel cuarto, o no. Pero mi curiosidad era demasiado grande.

El chirrido de la madera hizo que me dolieran los oídos, mi pareja mostró una mueca de dolor antes de que esta hubiera cedido unos centímetros.

-Creo que esta habitación no la usan mucho ¿verdad? –le comenté a la vendedora mientras mostraba una risa incómoda.

-Y… ¿esto? – dijo la persona con la que había decidido compartir mi vida-. ¿Qué demonios se supone que es?

Levantó una especie de escultura hecha de forja con un gato posado sobre una base de cristales coloreados. La mirada de aquel felino era espeluznante, parecía que te atravesaba el alma, a pesar de solo poseer dos agujeros en vez de ojos.

-Son cosas de los antiguos dueños –dijo la vendedora-. Baratijas sin ningún valor que seguramente guardaron aquí.

Seguidamente abandonamos la habitación.

Al fondo del pasillo una muñeca vestida con un camisón antiguo, rubia y de ojos azules, venía en nuestra búsqueda. No era un sueño y, mucho menos, una aparición unipersonal de las mías. Pude notarlo en la cara de mis dos acompañantes.

El pasillo se alargó, el techo bajó hasta casi rozarme la cabeza y las paredes se acercaron unas a otras mientras aquella cosa se acercaba a mí pidiendo un abrazo. Hice que aquellas dos masas temblorosas de carne se metieran de nuevo en la habitación, por desgracia la cerraron antes de que pudiera pasar con ellos al otro lado.

-¡Pues nada! –me dije a mí misma-. Tocar correr.

Y eso hice, corrí y corrí, pero avanzaba lo mismo que cuando se hace ejercicio en una bicicleta estática.

-¡Maldita muñeca! –pensé en voz alta mientras me daba la vuelta para mirar sus lindas facciones -. Y uno… dos … tres… -eso fue lo que tardó en levantar los brazos como si estuviera sonámbula y empezar a realizar ruiditos extraños.

No tuve más remedio, la cogí por el brazo y comencé a golpearla con todas mis fuerzas, calculaba la distancia entre su cabeza y el picaporte de la puerta, el techo tampoco estaba muy alto, lo cierto es que me había hecho un gran favor cambiando las dimensiones del pasillo en un intento por asustarme.
Mis gritos del esfuerzo se escuchaban por toda la casa, aquel camisón casi inerte no paraba de salpicar sangre cada vez que daba en el blanco.

-¿Te encuentras bien, cielo? –escuchaba como en murmullos al otro lado de la puerta, ya que los chillidos de la condenada vendedora y de la muñeca no me dejaban oír con claridad.

-¡Sí, cariño! –respondí con esfuerzo-. Pero la jodía no quiere morirse –en ese momento su brazo cedió a la altura del hombro y fue a parar al suelo-. Creo que… -aquel bicho volvió a gruñir-. ¡Espera un momento, todavía no he terminado!

Antes de que se pudiera poner en pie, la cogí por el tobillo y volví a comenzar con los mismos vaivenes de antes, solo que esta vez decidí cambiar de objetivo, en vez de darle contra el pomo de las puertas, la golpeaba reiteradamente con el techo y el suelo. Al cabo de unos golpes más desapareció.

-¡Ya podéis salir! –grité quitándome la sangre de la cara.

-Deberías descansar antes de irnos, amor – me dijo mientras me ayudaba a incorporarme-. Has acabado un poco agotada.

-¿¡Un poco!? –jadeaba mientras intentaba coger aliento-. Hacía tiempo que no me daba una paliza así –le sonreía mientras me quitaba una mancha de la cara-. Te quiero –le dije mientras le daba un beso.

Entre tanto una sombra vestida con un uniforme verde caqui intentaba que no se le notara que ella y la muñeca eran familia.

-¡Espere! –le dije mientras se quitaba el exceso de rímel de la cara-. ¡Nos la quedamos! -dijimos al unísono.


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