Es que
una mujer tiene que estar guapa, así me lo enseñó mi madre y por supuesto que
lo llevo a raja tabla, solo que no soy el tipo de hija que ella hubiera
preferido. Ni mucho menos, cuando hablamos de arreglarnos, todo va por caminos
distintos, digamos que ella es más de marcas caras de ropa y yo del lado oscuro
que una madre pija no quiere ni escuchar hablar.
Es que de vez en cuando…
Una vez
al mes me toca una tortura, sí tortura, lo habéis leído muy muy bien, esa
palabra que incita a daños permanentes contra una persona, solo que esta vez no
quieren sacarme información, sino volverme como ellos. ¡Por favor! ¿Cuándo
acabará esta pesadilla? Me pregunto antes de entrar por la puñetera puerta donde
están puestas las ofertas que ofrece a las clientas (aunque yo las llamaría
incautas.)
Lo
cierto es que no sé porqué demonios me dejo liar por mi madre todos los meses,
bueno, mejor dicho, algunos, ya que las veces que me ve la peluquera del barrio
a lo largo del año, puede contarlas con los dedos de una mano. ¡Y le sobran la
mitad! Pero esta vez me han pillado y bien, me hacía falta un buen corte de
pelo, y, debido a mis múltiples aficiones, no dejaba espacio para otras
vicisitudes de la vida. Mejor dicho, que si me quedo en casa no pierdo tiempo
en memeces como pintarme las uñas, a menos que sea absolutamente necesario,
porque mi loro odia que me las pinte y he tenido que elegir entre darles color
o llevarme unos picotazos de muerte (por supuesto elegí prescindir de lo
primero, así que no es la primera vez que me pinto las uñas para salir a la
calle y a las dos de la mañana me encuentras con un algodón y acetona, antes de
dormir, para no llevarme el bocadito de ese pico tan sugerente a la mañana
siguiente.) Es más, tampoco me duraría mucho ya que, con todas las cosas que
hago (entre las cuales nos desdeño el coger un buen martillo o una sierra de
calar) me duraría el tiempo que tarda la aguja del segundero del reloj en hacer
un amago para moverse.
Males necesarios.
Admito
que hace falta ir de vez en cuando a arreglarse y si con ello acompañas a tu
madre y la haces feliz merece la pena la tortura, ya que su cara de
satisfacción era inversamente proporcional al mosqueo y la sensación de pérdida
de tiempo que podía dibujarse en mis facciones.
Así que
eso hice, saqué de tripas corazón, aunque mejor dicho, saqué las tripas y me
fui con ella a la peluquería o centro de reunión de cotillas, como yo lo
denomino, a hacerme unas cosillas. Y ¡Menos mal que sólo han sido unas que si
llegan a ser varias me muero! La sorpresa ha sido para caer de culo y romperme
el coxis a pedazos tan pequeños que sería imposible volver a recomponerlos.
Sesión
de esteticien. De acuerdo, tenía tanto pelo en las piernas que parecía un oso
con los pelos a lo afro, lo admito pero, ¡es que no me había dado tiempo! Tú te
los quitas y los malditos vuelven a crecer, es más la depilación por cojones
está sobrevalorada en estos tiempos donde los imberbes son los reyes de la
fiesta. ¿Dónde se han quedado aquellos pelos en pecho donde podías agarrarte y
chillar mientras galopabas al viento? ¿Y esas espaldas que podías distinguir
perfectamente quién era un hombre y una mujer en la playa sin miedo a equivocarte
sin tus gafas para ver? ¡Se han extinguido! Hoy en día ya no se ven ejemplares
como esos. A demás, si no se ven a menos que no te pongas falda.
Aunque
nosotras no nos quedamos cortas, con esa manía de dejarnos pelo sólo en la
cabeza, ya que el ver uno fuera de sus sitio o en un tamaño mayor del
requerido, puede hacer a la más decente tener pesadillas, y si se te rompe una
de tus bonitas uñas de porcelana, gel o naturales, ni digamos con la depresión
que te acercas al establecimiento, rogándole que te haga un hueco ese mismo día
porque así no puedes ir por la calle ¿Qué van a pensar de ti en el barrio? ¿Y
si no pueden? La solución es llevar guantes o quedarte encerrada en casa hasta
la hora D.
Volvamos al asunto.
El tema,
en este caso era yo, en la camilla de la esteticien, en ropa interior (por
cierto llevaba unas bragas, que no tanga, muy monas de algodón, como las que no
se ven últimamente. Sí esas que te tapan lo que tienen que tapar y que no solo
se ponen de adorno, ¡esas! Las otras las dejo para que las vea mi marido, no
para que se entere el barrio de qué tipo de ropa calzo y cuanto me tapa) Y la
muchacha calentando la cera mientras me arreglaba las cejas, que era lo que iba
a hacerme, las cejas, pero… me liaron.
Estaba
aguantando cómo me echaban el material gomoso, de textura pegajosa y caliente
en las piernas, no sin llevarme un buen tirón, cuando escucho a mi madre la
frase que estoy harta de escuchar:
- ¡Mi niña! – algo le había dicho la peluquera - ¡No se arregla!...
¡Ahora!¡Eso sí! ¡Tiene una casa preciosa! Parece que ha salido en una revista.
“Punto
para mí”, no me dará más por saco con la casa aunque los muebles no sean de su
gusto porque le encanta el conjunto.
“Tiempo
muerto”, la niña no se arregla. Cuando la chica que me estaba untando las
piernas escuchó eso me dice:
- Tú madre cada vez que viene dice lo mismo – sonríe con ese artefacto
incandescente en la mano -. Dice que siempre vas en vaqueros y que te vistes de
gótica cuando sales a la calle con tu marido.
- Si, si… - escucho a mi madre alzar la voz mientras en la sala se hace
el silencio -. ¡Ah! ¡Pero su marido está muy orgulloso cuando la ve así
vestida! – levanta la voz para que la escuchen hasta en China, porque ya se
había enterado la ciudad -. ¡Es que no se arregla!
Lo
admito, esto es una batalla perdida entre ella y yo, a ella le molan los
colores, a mi el negro, a ella le van las marcas, a mi me da igual con tal de
que me guste, a ella le gustan los vestidos de última moda y diseño, yo visto
igual años tras año, a mi madre le gusta el color del oro, a mi con algo de bisutería
bonita y algo de plata de vez en cuando, me sobra.
Lo malo es que la cosa no queda ahí.
Cuando
salgo de la sala de tortura, con dos kilos menos, me encuentro que me están
preparando la parte de la manicura para arreglarme los pies y las manos. ¡La
mato! Pienso yo, pero tampoco puedo quejarme, ella es la que invita.
Ya me
habían torturado físicamente, aunque realmente lo de hacerse la cera no es que sea
para chillar como una descosida como otros afirman. Ahora tocaba la de avasallamiento
a la inteligencia y al conocimiento de la prensa rosa.
- ¿Habéis visto que la tal y pascual se ha liado con yo no se quién que
es novia de Pepito y le ha puesto los cuernos? – dice una.
- Siiii…. – dice otra - ¡Qué poca vergüenza! ¡Por dios!
- Lene, ¿Estas viendo la serie esta nueva que echan el canal 1823? – me
dice la peluquera muy emocionada. Creo que estaba intentando que me integrara
en el grupo -. Estoy superenchufada.
- La última serie que vi fue la segunda temporada de “The Walking Dead” –
le digo para que me deje en paz, o eso pensaba yo.
- Esas series son horribles – me contesta mientras me corta el pelo -.
Un niño ha matado a su madre – mira al techo - ¿O ha sido a su padre? Creo…
Porque veía esa serie en la tele.
- Por esa regla de tres yo soy una asesina en serie – le respondo
mientras pienso para mis adentros algo cuál será el nivel intelectual media de
la sala. Y eso que yo tampoco soy una lumbreras -. ¡Ni se te ocurra cortarme el
flequillo! – le digo medio chillando mientras veo como sus tijeras amenazan con
perfilarme la desgracia que me hizo hace dos meses.
- Pero si te queda muy bonito – me dice intentando continuar con la
mutilación capilar.
- No es práctico, molesta y no me gusta – le insisto y le ordeno, es mi
pelo.
- ¿Qué horóscopo eres Lene? – me pregunta como cada vez que voy y le
digo que no ha algo (la última discusión fue sobre el cambia el color del tinte
de mi pelo a algo más claro que el negro.)
- Cáncer – responde mi madre antes que yo -. Y si se planta en que no es
que no, a mi hija no hay quien le haga cambiar de opinión.
- ¡Los cáncer son muy suyos y con mucho carácter! – me dice la peluquera
mientras estoy pensando en la memez que acababa de decirme.
Estoy viva.
Todavía
no he encontrado una peluquería donde no me pregunten cosas sobre la prensa
rosa o se den ciertas conversaciones donde quieran integrarme y no entienda de
lo qué demonios me están hablando. En esos momentos pienso dónde demonios está
la cámara oculta.
Triunfé
en que no me habían cortado el flequillo y… nada más, perdí toda la mañana con
las manías de hacerme una cosa detrás de otras que mi madre consideraba
necesarias, y yo también pero podía realizar el trabajo yo solita en casa, como
siempre.
Eso sí,
acabé como siempre, con la cabeza hecha un bombo y preguntándome porqué demonios
acabo en esa peluquería. Aunque para eso último tengo respuesta, son todas
iguales, por lo menos las de mi barrio. Ya hasta la próxima vez que necesite “un
arreglo” que espero que tarde, por lo menos en casa no tengo que escuchar la
vida de quien no me importa, cosas sobre horóscopos o pelearme con alguien sobre
cuál es mi mejor aspecto, así que creo que seguiré haciéndomelo yo misma.
Al menos una lagartija me alegró el día, pero esa es otra historia.
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