Este año prometo ser yo misma.

Este año prometo cuidar de todo aquel que me
importa.
Este año prometo seguir con mis proyectos y
llevarlos todo hacia buen puerto: algunos se estrellarán pero ¡qué importa no
ganar una batalla si lo que pretendes ganar es la guerra!
Este año haré lo que yo quiera: aquello que
me queda por cumplir, mis ambiciones aunque me rompa las manos tallando y mi
garganta se quede afónica de chillara todo el mundo.
Este año no seré políticamente correcta, ni
seguiré los dictámenes de la buena educación que me imponen para poderme
integrar dentro de una sociedad que no me gusta.
Este año pintaré, esculpiré, tallaré,
construiré, imaginaré y viajaré a los mundos que mi imaginación ofrece para
plasmarlos en todo lo que hago.
Este año no me callaré nada que no me guste.
Este año prometo vivir acorde a mis reglas no
a la de los demás.
Hay cosas que me gusta hacer.

No me gusta lo que me ha tocado vivir, cierto,
muchas veces desearía ser un pájaro para volar lo más lejos posible hacia nuevos parajes o volver a ser una niña que no se enteraba absolutamente
de nada (también se me había ocurrido irme a Zambia a cuidar elefantes.) Aunque
supongo que eso forma parte intrínseca del ser humano para huir de los
problemas que aparecen en vez de afrontarlos, simplemente es un mecanismo de
defensa. Aunque una casa en mitad del bosque, en un sitio donde sólo se pueda
llegar tras muchas dificultades, alejada de la gente y un lago lleno de patos,
no me vendría mal de vez en cuando.
¡Bienvenida al mundo de los adultos! – me dice
mi madre cada vez que pasa algo. Y tiene razón (aunque no en lo de que me
arregle, en eso somos completamente opuestas), conforme vas creciendo parece
que todo se complica, que la vida no se soluciona yéndose al cuarto de tus
padres porque tienes miedo del monstruo que hay en el armario o debajo de tu
cama y que los berrinches no se pasan con el sabor dulce de un caramelo, yendo
al videoclub y paseándote en el tiovivo de tu barrio.
Hay cosas que no cambian.
Cierto, hay cosas que me resisto a que pasen
sin más en mi vida, no me gustaría darme la vuelta un día y descubrir que he
perdido aquello que más agarraba en la vida, para que no se fuera por culpa de
un mundo de adultos.

Esta es la mayor promesa que me hago siempre:
seguir viendo el mundo con los ojos de una niña, vislumbrar los diferentes
tonos de verde que tiene una hoja y comprar muchos caramelos, como antaño, para
que la vida siga siendo dulce. La visión de los adultos es otra cosa, y tendré
que seguir compaginándolas, pero bueno será algo con lo que tenga que vivir. No
todo el mundo se siente orgullosa u orgulloso cuando su madre le dice - ¡Cuándo
vas a crecer! Mi respuesta siempre ha sido la misma - ¡Nunca!
¿De qué vale crecer si las hadas dejan de
rondar tu cama, los duendes de observarte por las esquinas o las sirenas dejan
de querer jugar contigo cuando te bañas en el mar? ¿Para qué sirve ser adulto
si dejas de ver las entradas al mundo donde el cielo puede tocarse con solo
saltar y las nubes no pueden usarse para descansar?
Yo creo que me quedaré justo a medio camino,
donde estoy cómoda, no veo la necesidad de elegir.